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mario cuenca sandoval

textos ajenos

Un fragmento de John Hawkes

Un fragmento de John Hawkes

La editorial Meettok acaba de publicar La pata del escarabajo, un clásico de John Hawkes, con traducción y prólogo de Jon Bilbao:

"Al principio, antes de que hubiera señal alguna que indicara la existencia de Mistletoe, Government City, antes de las llegada de las mujeres y los niños, cuando el ganado podía detenerse en cualquier sitio a abrevar y no había barreras que impidieran desbordarse al río, cuando la ciudad más cercana, excluyendo Clare, que no era más que un par de casetas en mitad de la llanura, estaba en el siguiente estado, en aquella época, cuando llegó el invierno y aun así los trabajadores aparecieron para trabajar en la obra, fue fundada en los riscos una colonia de un centenar de tiendas de campaña que humeaban entre la nieve endurecida como un campamento indio. Entre diez y veinte hombres por tienda, alumbrándose con faroles y saliendo al exterior sólo cuando llegaba un cargamento de palas o cuando la excavadora fue descargada de la plataforma de un camión y dejada en lo alto de un montículo a la espera de la primavera. Día tras día los hombres salían de las tiendas para no hacer nada, salvo revolver en la caja de piezas de recambio que alguien había forzado con una barra de hierro. La temperatura siguió bajando.

No había calles, apenas senderos, ningún local donde reunirse, tampoco una cocina. Se encendían hogeras delante de cada tienda y las latas de conservas eran arrojadas a la entrada de la tienda siguiente, donde quedaban enterradas por la nieve. Una tonelada de cable de acero fue finalmente entregada y formó una maciza montaña durante el resto del invierno. En los momentos en que dejaba de nevar, cuando era posible divisar la blanca llanura, los hombres se arrastraban al exterior y desde la ladera, azotados por el viento, oteaban el ancho río obstruido por témpanos de hielo."

Pnin, de Vladimir Nabokov

Pnin, de Vladimir Nabokov

Llegaron al arroyo burbujeante y luminoso. Una plataforma cóncava, entre cascadas diminutas, formaba una piscina natural bajo los alisos y los pinos. Chateau, que no solía bañarse, se acomodó sobre un peñasco. Durante el año académico, Pnin había expuesto regularmente su cuerpo a la radiación de una lámpara de luz ultravioleta; por eso cuando se desvistió hasta quedar en traje de baño, brilló bajo la luz abigarrada del sol que se filtraba por la espesura ribereña, con un profundo matiz caoba. Se despojó de la cruz y las galochas.

—¡Mire qué hermoso! —dijo el observador Chateau. Una veintena de maripositas, todas de la misma clase, se habían posado sobre un retazo de arena húmeda, con las alas erguidas y cerradas, mostrando los reversos pálidos llenos de puntos oscuros y diminutas manchas de azul pavo-real bordeadas de anaranjado; una de las zapatillas desechadas por Pnin las perturbó y, revelando el tinte celeste de su superficie superior, revolotearon como azules copos de nieve antes de volver a posarse.

—Lástima que Vladimir Vladimirovich no esté aquí —observó Chateau—. Nos habría hablado de esos insectos encantadores. —Siempre tuve la impresión de que su entomología era una mera pose.

—No —dijo Chateau—. Acabará por perderla — agregó, señalando la cruz católica griega colgada de una cadenita de oro que Pnin había retirado de su cuello y suspendido en una varilla. Su brillo intrigó a una libélula que pasaba.

—Quizás no lamentaría perderla —dijo Pnin—. Usted bien sabe que la llevo por razones sentimentales. Y el sentimiento se me está haciendo pesado. Después de todo, no es muy romántico este empeño de conservar una partícula de la propia infancia en contacto con el esternón.

—Usted no es el primero en reducir la fe a una sensación táctil — repuso Chateau, que era católico griego practicante y deploraba la actitud escéptica de su amigo.

Un tábano se adhirió con loca ceguera a la calva de Pnin y fue aturdido por un golpe de su gruesa palma.

my old friend from boulder

my old friend from boulder

Raúl Pérez Cobo, Game-Over, Pre-Textos, 2009

Crítica de Sáez de Zaitegui en El cultural 

"Si alguna vez se ha preguntado usted qué opinaría Horacio del mundo actual, no se pregunte más: Game overes su libro. 

Memoria colectiva de lo no vivido individualmente, la cultura es el código que descifra una realidad cambiante pero recurrente, los mismos perros con otros collares. Aunque escriba en español del siglo XXI, Raúl Pérez Cobo piensa en latín, habita en un imperio (no el romano: el americano), busca los viejos arquetipos mitológicos en las mujeres y hombres de 2009. Sólo él es capaz de ver en cada cajera de supermercado una encarnación de Pandora, modernas guardianas de nuestros euros, consumismo compulsivo y, en general, de todos los males del mundo ("la caja ya registra / lo que es perecedero, transitorio"). Cobo canta a las cheerleaders como sueño de juventud eterna, a los deportistas universitarios que profesan, como los griegos olímpicos, la religión de la victoria. Y sus odas las entona en los centros comerciales, esos lugares sagrados donde se reúne la comunidad para aplacar su hambre espiritual con vanos gestos materiales: "Consigues la igualdad, / lo estándar para el mundo. / Venid: él es la plenitud de todos / comparada. No existe lo distinto". Ni lo original, por eso es posible explicar la aldea global con filosofías presocráticas: Anaximandro, Heráclito, Parménides, iluminan el fenómeno celebrity ("Las diosas sólo alumbran inmortales, / el resto nunca tiene una existencia") gracias a wildeanas metáforas sólo al alcance de una elite, pero cuyo sentido del humor es apto para todos los públicos ("os sátiros fotógrafos","los faunos paparazzi"). Manifiestos pronominales como "me declaro importante para mí" o "un día es lo que emplea la Tierra en ti" colocan a Cobo entre los grandes de una generación poética que está revolucionando la lírica desde su médula: yo, tú, amor, tiempo. Horacio estaría orgulloso.
 

A. SÁENZ DE ZAITEGUI

un fragmento de Mao II, de Don DeLillo

un fragmento de Mao II, de Don DeLillo

"Al término de cada frase aguarda una verdad, y el escritor sabe reconocerla cuando por fin la alcanza. En un detemrinado nivel, esa verdad constituye el ritmo de la frase, su cadencia y su equilibrio, pero a un nivel más profundo representa la integridad del escritor enfrentado al lenguaje. Yo siempre me he visto a mí mismo en las frases. A medida que elaboro una frase, comienzo a reconocerme, palabra por palabra. El lenguaje de mis libros me ha moldeado como hombre. Una frase que nos sale bien está dotada de fuerza moral. Revela la voluntad de vivir del escritor."

un cuento de J.J. Arreola

un cuento de J.J. Arreola

UNA DE DOS 

Yo también he luchado con el ángel. Desdichadamente para mí, el ángel era un personaje fuerte, maduro y repulsivo, con bata de boxeador.

Poco antes habíamos estado vomitando, cada uno por su lado, en el cuarto de baño. Porque el banquete, más bien la juerga, fue de lo peor. En casa me esperaba la familia: un pasado remoto.

Inmediatamente después de su proposición, el hombre comenzó a estrangularme de modo decisivo. La lucha, más bien la defensa, se desarrolló para mí como un rápido y múltiple análisis reflexivo. Calculé en un instante todas las posibilidades de pérdida y salvación, apostando a vida o sueño, dividiéndome entre ceder y morir, aplazando el resultado de aquella operación metafísica y muscular.

Me desaté por fin de la pesadilla como el ilusionista que deshace sus ligaduras de momia y sale del cofre blindado. Pero llevo todavía en el cuello las huellas mortales que me dejaron las manos de mi rival. Y en la conciencia, la certidumbre de que sólo disfruto una tregua, el remordimiento de haber ganado un episodio banal en la batalla irremisiblemente perdida.

los años salvajes de la filosofía

los años salvajes de la filosofía

(Fragmento de SAFRANSKI, R., Schopenhauer y los años salvajes de la filosofía; a la salud de mi viejo amigo Pepe Antonio Pedraza, que se fue a hacer las Américas; y también de Toni Montesinos, que menciona una cita rescatada de un extraño lugar)

"También durante el viaje, Arthur ascendió a un monte en tres ocasiones (el Chapeau, el Pilatus y el Schneekoppe). En las alturas, busca la naturaleza en sus mejores momentos, pero tam­bién se enfrenta con los más despiadados y alejados de lo humano. En las alturas, el hombre queda anulado y la naturaleza se permite romper sus 'límites'. El que se enfrenta con ella tiene que estar en soledad heróica. Así, la vivencia de la mon-taña está llena de significado para Arthur Scho­penhauer. Allí 'todos los objetos pequeños se esfuman; sólo lo grande conserva su figura. Todo queda integrado: lo que se ve no es una multitud de pequeños objetos separados, sino un gran cuadro, brillante y luminoso, sobre el que el ojo se detiene con placer'. Pero también el que contem­pla la grandeza y se sustrae al hormiguero es grande. Uno ya no está atado a los objetos sepa­rados, sino que se ha convertido en 'ojo', un ojo dirigido hacia ese 'cuadro brillante y luminoso'. 'Ojo del mundo' llamará posteriormente Schopen­hauer al sentimiento que se desprende de este placer en visiones lejanas.

En la ascensión del Schneekopee, Arthur y su guía pernoctan en una cabaña llena de mozos de cuadra que se apelotonaban entre sí produciendo un "calor animal". Arthur utilizará des­pués la imagen  de los puercoespines que se apretujan para defenderse del frío y del miedo. En la cabaña hay también un libro en el que los caminantes pueden eternizarse. Alguien encon­traría allí la inscripción de Arthur:

'¿Quién puede asceder y callar?'
Arthur Schopenhauer, de Hamburgo.

un cuento póstumo de Roberto Bolaño

un cuento póstumo de Roberto Bolaño JIM
Hace muchos años tuve un amigo que se llamaba Jim y desde entonces nunca he vuelto a ver a un norteamericano más triste. Desesperados he visto muchos. Tristes, como Jim, ninguno. Una vez se marchó a Perú, en un viaje que debía durar más de seis meses, pero al cabo de poco tiempo volví a verlo. ¿En qué consiste la poesía, Jim? le preguntaban los niños mendigos de México. Jim los escuchaba mirando las nubes y luego se ponía a vomitar. Léxico, elocuencia, búsqueda de la verdad. Epifanía.
Como cuando se te aparece la Virgen. En Centroamérica lo asaltaron varias veces, lo que resultaba extraordinario para alguien que había sido marine y antiguo combatiente en Vietnam. No más peleas, decía Jim. Ahora soy poeta y busco lo extraordinario para decirlo con palabras comunes y corrientes. ¿Tú crees que existen palabras comunes y corrientes? Yo creo que sí, decía Jim. Su mujer era una poeta chicana que amenazaba, cada cierto tiempo, con abandonarlo. Me mostró una foto de ella. No era particularmente bonita. Su rostro expresaba sufrimiento y debajo del sufrimiento asomaba la rabia. La imaginé en un apartamento de San Francisco o en una casa de Los Ángeles, con las ventanas cerradas y las cortinas abiertas, sentada a la mesa, comiendo trocitos de pan de molde y un plato de sopa verde. Por lo visto a Jim le gustaban las morenas, las mujeres secretas de la historia, decía sin dar mayores explicaciones. A mí, por el contrario, me gustaban las rubias. Una vez lo vi contemplando a los tragafuegos de las calles del DF. Lo vi de espaldas y no lo saludé, pero evidentemente era Jim. El pelo mal cortado, la camisa blanca y sucia, la espalda cargada como si aún sintiera el peso de la mochila. El cuello rojo, un cuello que evocaba, de alguna manera, un linchamiento en el campo, un campo en blanco y negro, sin anuncios ni luces de estaciones de gasolina, un campo tal como es o como debería ser el campo: baldíos sin solución de continuidad, habitaciones de ladrillo o blindadas de donde hemos escapado y que esperan nuestro regreso. Jim tenía las manos en los bolsillos. El tragafuegos agitaba su antorcha y se reía de forma feroz. Su rostro, ennegrecido, decía que podía tener 35 años o 15. No llevaba camisa y una cicatriz vertical le subía desde el ombligo hasta el pecho. Cada cierto tiempo se llenaba la boca de líquido inflamable y luego escupía una larga culebra de fuego. La gente lo miraba, apreciaba su arte y seguía su camino, menos Jim, que permanecía en el borde de la acera, inmóvil, como si esperara algo más del tragafuegos, una décima señal después de haber descifrado las nueve de rigor, o como si en el rostro tiznado hubiera descubierto el rostro de un antiguo amigo o de alguien que había matado. Durante un buen rato lo estuve mirando. Yo entonces tenía 18 o 19 años y creía que era inmortal. Si hubiera sabido que no lo era, habría dado media vuelta y me hubiera alejado de allí. Pasado un tiempo me cansé de mirar la espalda de Jim y los visajes del tragafuegos. Lo cierto es que me acerqué y lo llamé. Jim pareció no oírme. Al girarse observé que tenía la cara mojada de sudor. Parecía afiebrado y le costó reconocerme: me saludó con un movimiento de cabeza y luego siguió mirando al tragafuegos. Cuando me puse a su lado me di cuenta de que estaba llorando. Probablemente también tenía fiebre. Asimismo descubrí, con menos asombro con el que ahora lo escribo, que el tragafuegos estaba trabajando exclusivamente para él, como si todos los demás transeúntes de aquella esquina del DF no existiéramos. Las llamaradas, en ocasiones, iban a morir a menos de un metro de donde estábamos. ¿Qué quieres, le dije, que te asen en la calle? Una broma tonta, dicha sin pensar, pero de golpe me di cuenta de que eso, precisamente, esperaba Jim. “Chingado, hechizado”, era el estribillo, creo recordar, de una canción de moda aquel año en algunos hoyos funkis. Chingado y hechizado parecía Jim. El embrujo de México lo había atrapado y ahora miraba directamente a la cara a sus fantasmas. Vámonos de aquí, le dije. También le pregunté si estaba drogado, si se sentía mal. Dijo que no con la cabeza. El tragafuegos nos miró. Luego, con los carrillos hinchados, como Eolo, el dios del viento, se acercó a nosotros. Supe, en una fracción de segundo, que no era precisamente viento lo que nos iba a caer encima. Vámonos, dije, y de un golpe lo despegué del funesto borde de la acera. Nos perdimos calle abajo, en dirección a Reforma, y al poco rato nos separamos. Jim no abrió la boca en todo el tiempo. Nunca más lo volví a ver.

Límites, de Juan Gelman

Límites, de Juan Gelman
¿Quién dijo alguna vez:
hasta aquí la sed,
hasta aquí el agua?

¿Quién dijo alguna vez:
hasta aquí el aire,
hasta aquí el fuego?

¿Quién dijo alguna vez:
hasta aquí el amor,
hasta aquí el odio?

¿Quién dijo alguna vez:
hasta aquí el hombre,
hasta aquí no?

Sólo la esperanza
tiene las rodillas nítidas.
Sangran.

un poema de Eduardo Milán

un poema de Eduardo Milán

El compromiso del poeta es escribir un vaso/real, algo sublime que sirva para más/que vivir. Vivir no alcanzó nunca./Pedir esencia, pedir médula, pedir hueso:/pedir endurecimiento de la arena, si la arena/ya es frágil, leve de pie, velo de pie,/es pedir roca caliza, sedimento. Para la sed/de ti desnuda como bajar al Precámbrico./Algo terrible nos pasó y nos dimos cuenta:/el hueso que pedimos al poema era el mismo/hueso que el hueso de África/aunque quisiéramos roca./Las arenas de África están llenas de poemas./

 

un poema de Jorge Riechmann

un poema de Jorge Riechmann

OTRO RITMO POSIBLE


Un buen verso
no sacia el hambre.

Un buen verso
no construye un jardín.

Un buen verso
no derriba al tirano.

Un verso
en el mejor de los casos consigue
cortarte la respiración
(la digestión casi nunca)

y su ritmo insinúa otro ritmo posible
para tu sangre y para los planetas.

                                      (de Poesía practicable)

un poema de Juarroz

un poema de Juarroz

 

 

Hay que caer y no se puede elegir dónde.
Pero hay cierta forma del viento en los cabellos,
cierta pausa del golpe,
cierta esquina del brazo
que podemos torcer mientras caemos.
Es tan sólo el extremo de un signo,
la punta sin pensar de un pensamiento.
Pero basta para evitar el fondo avaro de unas manos
y la miseria azul de un Dios desierto.
Se trata de doblar algo más que una coma
en un texto que no podemos corregir.

estoy leyendo...

estoy leyendo...

Acabo de hincarle el diente a lo último de Rüdiger Safranski: "Schiller o la invención del idealismo alemán". No me resisto a transcribir las primeras líneas de esta biografía, en la línea de otras con que nos deleitó Safranski anteriormente, como Nietzsche, biografía de su pensamiento o Schopenhauer y los años salvajes de la filosofía entre otras obras:Schiller expiró el 9 de mayo de 1805; seguidamente a su cuerpo se le practicó la autopsia. El pulmón estaba "gangrenoso, pastoso y completamente deshecho"; el corazón "carecía de sustancia muscular" (...) El doctor Huschke, médico de cabecera del duque de Weimar, añadió al resultado de la autopsia la frase lapidaria: "En estas circunstancias es admirable que el pobre hombre pudiera seguir viviendo". ¿No afirmó Schiller que el espíritu construye el cuerpo? Sin duda él lo había logrado. Su entusiasmo creador lo mantuvo con vida más allá de la fecha de degeneración del cuerpo. (...) Con el resultado de la autopsia podemos formular una primera definición del idealismo de Schiller: el idealismo actúa cuando alguien, animado por la fuerza del entusiasmo, sigue viviendo a pesar del que el cuerpo ya no lo permite. El idealismo es el triunfo de una voluntad iluminada y clara.

un poema de Charles Simic

un poema de Charles Simic

 

"Me hizo recordar a los alemanes
desfilando ante nuestra casa en 1944.
El modo en que todos nos quedamos en la acera
mirándonos con el rabillo del ojo,
el temblor de la tierra,
el paso de la muerte...
Un perrito blanco corrió hacia el asfalto
y se enredó en los pies de los soldados.
Una patada lo hizo volar como si hubiera
tenido alas. Esto es lo que ahora veo.
La noche cayendo lentamente.
Un perro con alas."

(SIMIC, Ch., Desmontando el silencio, ed. 4 estaciones, 2003,Trad. de Jordi Doce)

 

Un poema de Kavafis

Un poema de Kavafis

CUANTO PUEDAS

"Si imposible es hacer tu vida como quieres,
por lo menos esfuérzate
cuanto puedas en esto: no la envilezcas nunca
por contacto excesivo
con el mundo que agita movedizas palabras.

No la envilezcas nunca
en el tráfago inútil
o en el necio vacío
de los rostros diarios
y al cabo te resulte un huésped importuno."

Konstantino Kavafis (1863-1933)