Los hemisferios en Qué Leer
reseña de Alberto Olmos
QUÉ LEER, febrero 2014
Desde sus primeros libros de narrativa, Mario Cuenca Sandoval se ha caracterizado por una prosa pulida y un fragmentarismo que no excluye la incorporación de citas textuales ni de elementos no verbales, particularmente dibujos o fotografías. Boxeo sobre hielo y El ladrón de morfina daban cuenta, además, del timbre filosófico y la armadura culturalista que habríamos de encontrar en una dicción literaria completamente insólita en nuestro panorama editorial y, al mismo tiempo, reacia como pocas a las servidumbres de lo que conocemos como el mercado.
Los hemisferios es la colosal rareza donde se despliegan con toda su insolencia estos modos de narrar y de entender el arte de la literatura. Nos encontramos, en rigor, ante dos novelas (no en vano, las dos partes del libro se titulan La novela de Gabriel y La novela de María Levi), pero hermanadas por la coincidencia de algunos de sus personajes y por el propósito -explicitado en una de ellas- de plantear una como el negativo o el reverso político-psicodélico de la otra. La estructura giratoria de la novela, donde todo parece ir al encuentro de un centro común imposible, es ya por sí misma de una belleza y de una elegancia espectaculares.
Todo esto no quiere decir que Los hemisferios sea una novela compleja, pero sí, desde luego, densa, pues las peripecias se cuentan con los dedos de la mano, frente a la abundancia de pasajes intelectuales y, mayormente, sentimentales, donde el autor hace referencia a numerosos pensadores franceses (Foucault, Barthes) y a un par de películas que amparan la dimensión fantasmagórica y sobrenatural de la novela: Vértigo y Ordet. En la segunda parte, además, se alcanza una depuración espiritual que apunta directamente hacia una religión laica.
Puede verse en Los hemisferios la voluntad de entroncar con el camino abierto por Rayuela, citada profusamente en el texto, y continuando por Roberto Bolaño (al que no cree haber visto como personaje en la segunda parte de la obra). Toda esa rabia juvenil, esa bohemia desmelenada, encuentra en Los hemisferios su continuación más radical, comprometida y mística.
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