Blogia
mario cuenca sandoval

Los hemisferios (2014)

Entrevista en Noticias de Navarra

Entrevista en Noticias de Navarra

Paula Echeverría, Fotografía Oskar Montero - Miércoles, 12 de Febrero de 2014

"Invadir la realidad a este ritmo puede hundirnos en la superficie"

En busca de sentido vital para un mundo cada vez menos emocionado, Mario Cuenca Sandoval ha alumbrado ’Los hemisferios’. El escritor pasó ayer por el Foro Auzolan

 

Mario Cuenca Sandoval (Sabadell, 1975), ayer en la librería Auzolan de Pamplona.

 Acaba de ver publicada su novela "más personal", y la que, asegura, "representa de un modo más completo" su universo narrativo. Cuenca Sandoval plantea en Los hemisferios un reencuentro necesario con esa profundidad de la que estamos despojando al tiempo actual.

En ’Los hemisferios’ propone al lector un juego de reconocimientos, de relaciones y paralelismos. ¿No es en el fondo situarle en ese "delirio" de nuestro tiempo, del que deja constancia en la novela, que consiste en que hoy en día intentamos buscarle sentido a todo?

-Sí, hay algo irónico en la novela que tiene que ver con el hecho de que el lector de géneros, como la novela negra, suele reclamar que el autor ate todos los cabos por él, le exige una cierta pedagogía, que el autor explique el chiste, por así decirlo. Y en Los hemisferios lo que se plantea es que el lector se sumerja en un laberinto de espejos, y que sea él quien escoja cuál es la novela que le convence. Hay dos novelas que se reflejan la una en la otra, y hay una tercera novela, que es la que el lector construye por sí mismo al realizar elecciones.

En el fondo de esta obra late ese malestar de nuestra sociedad que viene por la imposibilidad de encontrar algo que nos satisfaga. ¿Le ocurre también eso como escritor?

-Sí, como escritor y como lector. En esta historia sí hay una sensación por mi parte de que estamos en una época con una serie de transformaciones sociales y tecnológicas que todavía nos generan más perplejidad que otra cosa.

Aludiendo a la primera cita de la novela, "Todo es espejo", de Octavio Paz, ¿cree así que toda escritura es una reescritura?

-Sí, es posible que, igual que los protagonistas aman a la misma mujer en distintas mujeres, estemos reproduciendo los mismos temas y las mismas peripecias pero en distintas circunstancias. En el fondo, el tema del libro es muy clásico, el descenso a los infiernos, y está también el mito de Pigmalión de crear a la mujer amada. Esa fue la semilla del libro, yo quería investigar, o reescribir, darle una vuelta de tuerca a esos temas, que están en la película Vértigo de Hitchcock, en Fascinación de Brian De Palma, y en muchas novelas y obras que se citan en la novela.

Si toda escritura es una reescritura, ¿qué papel juega la realidad en su literatura? ¿Es el motor, es la obsesión, la adicción...?

-Me interesa más la representación de la realidad que la propia realidad. Quizá por mi formación como filósofo, me interesa más cómo nosotros representamos el mundo y los discursos que hacemos sobre él, y cómo lo reproducimos en la ficción, que la propia realidad en sí misma.

Porque esas representaciones también construyen nuestra realidad.

-Claro, construyen nuestra identidad, lo que somos, y sobre todo lo que sentimos; esto es algo que no se suele decir, pero nuestra sentimentalidad también está hecha a partir de una serie de relatos comunes, de relatos compartidos, de recuerdos... El libro habla de eso también.

¿Piensa en la ’respiración’ del lector cuando escribe?

-Sí, sí, tanto a nivel de ritmo como de experiencia. Desde la propia música de las frases hay que ir proponiendo un ritmo de lectura que seduzca al lector y que lo coja de la mano, porque si no te soltará a la primera de cambio. Y también hay que saber contar y dosificar algunas experiencias terribles de las que se habla en el libro para que el lector respire entre una y otra, para que descanse en mesetas y quiera seguir avanzando. Si no, el camino sería demasiado tortuoso.

Y piensa en lectores intelectualmente activos, a los que les exige. ¿O es que nos hemos malacostumbrado, en la literatura y en la vida en general, a que nos lo den todo masticado?

-Yo respeto la pluralidad de intereses de los lectores, hay gente que lee best-sellers o literatura comercial que igual no exige tanto desde el punto de vista intelectual, y ni siquiera desde el punto de vista emocional, es decir, obras que se pueden leer invirtiendo menos atención y menos esfuerzo que en otras, más como un entretenimiento, y me parece muy bien. Igual que hay gente a la que solo le gusta la música para bailar. Lo respeto absolutamente. Pero como a mí no me interesa como lector ese tipo de literatura, sería más absurdo todavía que la propusiera como autor.

Sus personajes deambulan en un bucle, sin ver la salida. ¿Se siente así en este siglo XXI?

-Sí, un poco sí (sonríe).

¿Es una novela en realidad sobre la enfermedad de nuestro siglo?

-Sí. La novela empieza diciendo que la enfermedad del siglo XIX, un tópico de la literatura, era la melancolía, el Mal de Werther y esto del Romanticismo. El siglo XX ha sido principalmente, en lo cultural, el siglo del cine, de la representación cinematográfica del mundo; y ahora la pregunta es qué será el siglo XXI. Yo no arriesgo con una tesis, pero sí plasmo intuiciones. Y es muy sorprendente el modo en que ahora estamos cartografiando el mundo desde todas las perspectivas posibles, que si con Google Earth, con los teléfonos móviles... estamos invadiendo la realidad desde un millón de perspectivas, y me pregunto qué será cuando el mapa de la realidad sea mayor que la propia realidad.

¿Esa sobrerrepresentación no deja en cierta forma ’tapadas’ las emociones?

-Esa representación intenta ser un poco aséptica, intenta limpiar el mundo y deja fuera un montón de espacios que son más tenebrosos, más oscuros y que no queremos ver.

O nos los muestra pero en otras personas.

-Exactamente, mediándolo a través de la cámara. En esta novela pasa un poco como en el cine de Haneke, te pone ante los ojos cosas que no son apetecibles ni bonitas, pero son reales. El tema de la muerte: vivimos en una sociedad donde estamos extirpando y apartando ya totalmente la muerte de la experiencia cotidiana. El libro habla de esos puntos, de esa materia oscura que hay en nuestra existencia y que estamos tapando con los medios de comunicación.

¿Adónde nos lleva como sociedad esa sobrerrepresentación de la realidad?

-Yo espero que no sirva para que frivolicemos experiencias fundamentales como las que he mencionado, que no acabemos vaciando de contenido la experiencia vital, reduciéndola a una mansalva de anécdotas visuales y sin calado. Espero que no nos hunda en la superficie. Qué cosa tan paradójica, pero esto nos puede hundir en la superficie, en vez de en el fondo de las cosas. No digo que vaya a pasar, pero es posible...

¿Por eso escribe? ¿La literatura le permite, como dice en la novela, "salir al encuentro con fantasmas de este mundo"?, ¿con esa materia oscura de la vida?

-Sí, con todas esas cosas que hemos despejado de la experiencia cotidiana porque nos dan miedo, porque no nos gustan y con las que no queremos reencontrarnos, no tanto porque podamos verlo sino porque, como se dice en la novela, nos puedan ver a nosotros... eso es lo que más miedo nos produce.

Los hemisferios en Qué Leer

Los hemisferios en Qué Leer

reseña de Alberto Olmos

QUÉ LEER, febrero 2014

 

Desde sus primeros libros de narrativa, Mario Cuenca Sandoval se ha caracterizado por una prosa pulida y un fragmentarismo que no excluye la incorporación de citas textuales ni de elementos no verbales, particularmente dibujos o fotografías. Boxeo sobre hielo y El ladrón de morfina daban cuenta, además, del timbre filosófico y la armadura culturalista que habríamos de encontrar en una dicción literaria completamente insólita en nuestro panorama editorial y, al mismo tiempo, reacia como pocas a las servidumbres de lo que conocemos como el mercado.

Los hemisferios es la colosal rareza donde se despliegan con toda su insolencia estos modos de narrar y de entender el arte de la literatura. Nos encontramos, en rigor, ante dos novelas (no en vano, las dos partes del libro se titulan La novela de Gabriel y La novela de María Levi), pero hermanadas por la coincidencia de algunos de sus personajes y por el propósito -explicitado en una de ellas- de plantear una como el negativo o el reverso político-psicodélico de la otra. La estructura giratoria de la novela, donde todo parece ir al encuentro de un centro común imposible, es ya por sí misma de una belleza y de una elegancia espectaculares.

Todo esto no quiere decir que Los hemisferios sea una novela compleja, pero sí, desde luego, densa, pues las peripecias se cuentan con los dedos de la mano, frente a la abundancia de pasajes intelectuales y, mayormente, sentimentales, donde el autor hace referencia a numerosos pensadores franceses (Foucault, Barthes) y a un par de películas que amparan la dimensión fantasmagórica y sobrenatural de la novela: Vértigo y Ordet. En la segunda parte, además, se alcanza una depuración espiritual que apunta directamente hacia una religión laica.

Puede verse en Los hemisferios la voluntad de entroncar con el camino abierto por Rayuela, citada profusamente en el texto, y continuando por Roberto Bolaño (al que no cree haber visto como personaje en la segunda parte de la obra). Toda esa rabia juvenil, esa bohemia desmelenada, encuentra en Los hemisferios su continuación más radical, comprometida y mística.

'Los hemisferios' o cómo hacerse cortes en la piel con las páginas de una novela

'Los hemisferios' o cómo hacerse cortes en la piel con las páginas de una novela

(reportaje de Karina Sainz Borgo para Vozpópuli)

Su título engaña. No son dos partes de una misma cosa. Ni siquiera es una novela dividida o contada de dos maneras distintas. Se trata de dos realidades, ambas brutales, desaforadas y a su manera autónomas, que desembocan en una misma. Los hemisferios (Seix Barral, 2014), la nueva novela de Mario Cuenca Sandoval, narra una tragedia infinita que une a dos hombres en una potente carrera de desesperación y duplicidad. En sus páginas el dolor es un combustible, un trago vigoroso de gasolina. Que el lector arda es sólo cuestión de páginas, como si “prenderse fuego fuera un acto higiénico”, que diría uno de sus personajes. “’Los hemisferios está escrita como en una noche en blanco”, dice su autor. Una noche, sí. Una que ya ha durado cuatro años, los mismos que lleva escribiéndola.

Creada a la manera de “un fresco, de un enorme mosaico”, la historia arranca con un accidente. Disparada por el impacto contra un coche, una mujer -de la que no sabemos ni sabremos nada- atraviesa con su cabeza ensangrentada un parabrisas. Su muerte es el primer episodio de uno mayor. Dos hombres –entonces dos chicos acostumbrados a hacer el amor, siempre, con la misma mujer- viajan en el vehículo que ha ocasionado el desastre: Gabriel y Hubert Mairet-Levi. Se separarán siendo aún demasiado jóvenes; en los años que transcurren antes de su encuentro, tendrán en común a esa mujer muerta y a las muchas otras con las que se acostaron.

Su título engaña. No son dos partes de una misma cosa. Ni siquiera es una novela dividida o contada de dos maneras distintas.

Unidos por una tragedia circular, una que continúa en el tiempo y a la que se sumará otra, Gabriel, el chico que iba al volante durante el choque -ya convertido en crítico y novelista-, narra su reencuentro Hubert Mairet-Levi, entonces reconocido cineasta que regresará a su vida con una misión: hacer el guión de una película sobre un torero y una más -la verdadera misión-, cuidar a una mujer cuyo único objetivo es quitarse la vida, de la peor manera posible. Esta  es sólo una parte, la primera  de una historia que se desenvuelve en el  París de los 80 y  la Barcelona de la Transición y que lleva por título La novela de Gabriel. A esa sigue una segunda, La novela de María Levi, narrada por la voz de una mujer (María) que, como Gabriel, le habla a sus recuerdos. Se trata de alguien que no sabemos si vive o muere; algo que parece el trasunto femenino de Hubert-Marie Levi y cuya historia –construida con planos y cambios bruscos de perspectiva- se desarrolla en una isla nórdica.

No es una misma historia contada de manera distinta, es mucho más

Ambas novelas transcurren en capítulos breves -numerados como los meridianos del globo terráqueo- y están separadas entre sí por un capítulo cero que no existe. No son la misma historia contada de forma distinta, no. Son dos universos con puntos comunes que se tocan; puntos de fuga, quizá, en el que personajes que parecen los mismos ponen en marcha arquetipos que le son comunes a todos: el dolor, la destrucción, la enfermedad, la obsesión. “El lector decide dónde confluyen las dos historias. La novela de María comienza donde quedó la de Gabriel: en una huida. Ambas existen como reescritura de la anterior. Suponemos que todas las claves de una están en la otra y no es así”, explica Mario Cuenca Sandoval, un escritor nacido en Sabadell pero que ha fijado su residencia en Córdoba, ciudad en la que imparte clases de filosofía.

Las afecciones mentales, el suicidio y la autolesión forman las aguas que empujan este libro. Es sin duda una historia de la enfermedad. Pero… ¿Cuál de todas?

Cuenca Sandoval (Sabadell, 1975) se dio a conocer con una historia de golpes, acaso de personajes que son también dobles de sí mismos: campeones o derrotados, pegadores o sparrings. Se trató de Boxeo sobre hielo (Berenice, 2007), un libro que cautivó a lectores y críticos y demostró el potente narrador que había en Cuenca Sandoval; con ella ganó el Premio Andalucía Joven de Narrativa 2006. A esa siguió la magnífica El ladrón de morfina (451 Editores, 2010), una novela que transcurre en el corazón de la guerra de Corea y que confirmó el talento de Cuenca Sandoval, que ahora vuelve ambicioso, no sólo por haber dado el salto a un  gran sello, sino  porque lo hace cargado de un aliento con el que insufla vida a un artefacto narrativo que lastima, que hace daño, que rasga la piel tiernita del lector reflejado en el juego de espejos. En una historia en la que habrá de quebrarse el cristal del espejo, cualquier reflejo sirve para hacerse cortes en la piel. Herida-lectura.

Los hemisferios defiende la idea de que "toda historia es una reescritura". Las afecciones mentales, el suicidio y la autolesión forman las aguas subterráneas que empujan este libro. Es sin duda una historia de la enfermedad. Pero… ¿Cuál de todas? “El cine era la enfermedad del siglo, como la melancolía había sido el mal del siglo anterior”, puede leer el lector en las primeras líneas. La imagen como afección está presente en toda la historia, ya sea de manera metafórica o expresa. Las referencias al cine –como en las anteriores novelas de Cuenca Sandoval- son fundamentales: en la primera parte, Vértigo de Alfred Hitchcock, propone al lector una trama –seguir, vigilar a una mujer poseída acaso-  y en la segunda, La Palabra (Ordet) del danés Carl Dreyer, una película que explora también a su manera la locura, al discordia. “Los personajes padecen la afección de la representación. Van desde esa gravedad, esa tendencia a caer en la melancolía propia del romanticismo, pasando por la representación que supone el cine,  hasta el malestar que produce el siglo XXI, con ese sin fin de copias, símbolos”, explica Cuenca Sandoval.

¿Por qué nadie quiere vivir?

Algo empuja al lector a preguntarse: ¿por qué no quieren vivir los personajes de Cuenca Sandoval..? ¿Por qué? La respuesta, aunque parezca, no la tiene el autor, sino el lector. “Los personajes están condenados. Y en ese círculo en el que están atrapados, cada uno busca una diagonal, una tangente por la cual escapar de esa condena. Lo que nos fascina tiene un efecto de atracción y otro de rechazo. Esta novela es un mosaico de ese proceso, un juego de espejos donde el lector termina por verse reflejado”, aclara en una desigual y extraña entrevista-conversación con Vozpópuli el propio Cuenca.  

Algo empuja al lector a preguntarse. ¿Por qué no quieren vivir los personajes de Cuenca Sandoval? ¿Por qué?

La crítica ya ha hecho algunos apuntes a la ejecución literaria de Cuenca Sandoval en ’Los hemisferios’. En una novela titánica, ciclópea, furiosa, la diferencia entre La novela de Gabriel y La Novela de Marie Levi, desconcierta. Exige del lector un esfuerzo todavía mayor al pasar de una historia en apariencia lineal a otra –casi autónoma- que extiende el resultado total hacia una estepa más árida y vertiginosa; más afilada, más cortante.  Sobre ese mismo asunto, escribió el crítico  Vicente Luis Mora, en la reseña que hizo del libro en su blog de lecturas, que existía acaso una falsa asimetría entre ambas. “Mientras que La novela de Gabriel está perfectamente compensada y construida, manteniendo un altísimo interés y enorme calidad a lo largo de 270 páginas, La novela de María Levi se levanta sobre una estructura muy monótona, alternando escenas del presente y el pasado por turnos, y su contenido es a veces sobrante y repetitivo”, escribió.

A la pregunta sobre si tal lectura es acertada y al solicitar su propia opinión sobre un libro extenuante y de tan distinto registro, Cuenca Sandoval deja la palabra final en manos del lector. “El reto de este libro es que tenemos que olvidarnos de la idea muy occidental de que hay un tronco de sentido y que todo debemos colocarlo a su alrededor. La novela es un fresco”, insiste.

Encerrarse en una pelea sobre la estructura de lo que escribe Cuenca Sanvodal, distrae. Nada tiene que ver esta novela con el gusto. No puede ser buena mala. No es cuestión de que guste o no, porque no deja espacio para decidirlo. Esta es una novela inevitable, como los incendios, las heridas o la vida -acaso también su total ausencia-. En Los Hemiferios, detrás de la manera de contar se esconde algo más potente y oscuro, ese lugar donde se encuentra la pulpa de casi toda la obra de Cuenca Sandoval: hombres y mujeres que viajan al abismo, que avanzan hacia él con la plena conciencia de no regresar jamás. La pregunta sería, acaso, ¿se los permite él?  “En todas mis novelas hay una obsesión por la salvación, por la redención de los personajes . Están inmersos siempre en una caída. Sin embargo,  mis tres novelas terminan de la misma forma: con el ascenso a un accidente geográfico, una montaña o una colina. Justamente eso: porque tienen que caminar hacia su redención”.

Cuenca Sandoval novela el tema de la copia y la locura en

Cuenca Sandoval novela el tema de la copia y la locura en

- Madrid

Tras la buena acogida de sus dos novelas anteriores, Mario Cuenca Sandoval, una de las voces más singulares y quien para algunos críticos es "el escritor del siglo XXI", vuelve con "Los hemisferios", un ambicioso artefacto literario con dos novelas en una en la que aborda la idea del doble y la copia.

Publicada por Seix Barral, "Los hemisferios" es un juego de espejos cargado de referencias culturales en torno al cine y la literatura, con propuestas sobre muchos temas e ideas sobre asuntos de actualidad, como los toros o el volcán islandés que en 2011 provocó con sus cenizas el caos aéreo.

Una narración hipnótica que busca e indaga con una prosa que vuela y que a Mario Cuenca Sandoval (Sabadell, 1975) le ha costado cuatro largos años de trabajo.

"El origen de la novela es el concepto del doble, de la copia, del doble de la reescritura en la que los protagonistas están atrapados en un círculo, en una espiral que les condena a amar a la misma mujer en sus diferentes mujeres y a perderla", explica el autor de "El ladrón de morfina".

Profesor de Filosofía en Córdoba, Cuenca Sandoval, además de narrador es poeta y en "Los hemisferios" utiliza la pérdida de una mujer en un accidente como un "bing bang" que se dispara en dos espejos deformantes, en dos mundos paralelos.

Una primera parte del libro está en el París de los 80, la Barcelona de la Transición e inspirada en "Vértigo" de Hitchcock, y una segunda con la inspiración visionaría de "Ordet" (La palabra) de Dreyer

"En la primera parte aparece en la novela Gabriel y está ’Vertigo’ como telón de fondo o guía para que el lector interprete los acontecimientos en la clave de aquella película que me interesa porque habla de la mujer perdida y del doble para recuperar también el mito de Pigmalión".

Y la segunda parte se habla del milagro de la resurrección de la mujer perdida.

 Otro de los temas centrales de la novela es la diferencia que hay entre la cultura de los siglos anteriores con la actual.

Entre lo que se consideraba en el Romanticismo el mal de Werter, en el siglo XIX, en contraste con el XX y el XXI, que es, en opinión de Sandoval, el siglo de la representación en el cine o la fotografía, "el de la representación de la multiplicidad en las copias", subraya.

"Y es que el mapa de la realidad representada está comenzando a ser mayor que la realidad. Lo que se consideraba el perfil del hombre culto del siglo XX y sus gustos sobre cine y literatura, en el siglo XXI están variando tanto, entre otras cosas por el trabajo de los medios de comunicación".

La locura es otro aspecto que se toca en "Los hemisferios" y Sandoval lo plantea desde el punto de vista de la creatividad, desde la diferencia que puede haber entre la obsesión y los mecanismos obsesivos del creador, del novelista o del director de cine.

"La pregunta está en saber dónde se encuentra la frontera entre lo sano y lo mórbido y comparar la enfermedad con una forma de ensimismamiento del creador, como si el enfermo viviera en una realidad privada que filtra todos los acontecimientos exteriores y que está representado por la figura de Gabriel, en la primera parte de la novela", precisa el autor de "Todos los miedos", libro que recibió el Premio Surcos de Poesía en 2005.

 

Por Carmen Sigüenza.

Un amor alucinado

Un amor alucinado

(Reseña de Los hemisferios en La Razón, Ángeles López)

Sandoval, como Menéndez Salmón, Rosa, Colomer, Giralt o Tizón, crean «devotos» por su intento de diseccionar cada emoción hasta rozar con el bisturí de su prosa la «partícula de dios» literaria. Por tanto, no entre en «Los hemisferios» quien espere una novela canónica; adéntrese, sólo, aquel que aguarde instantes oscuros y literatura de tumultuoso recorrido, pues se trata de páginas en carne viva tan turbadoras como elevadas. Una auténtica novela de ideas. Es éste un libro de paralelismos especulares entre dos «dimensiones»: La novela de Gabriel y la novela de María Levi. La historia común lleva el hilo conductor de Gabriel, aunque el segundo tramo está compartido por su amigo Hubert Mariet-Levi (trasunto de Marie Levi), en un claro homenaje al Orlando de Woolf, cuyo protagonista vive a través del tiempo y los sexos. Pero en modo alguno es la misma historia contada desde distintos ángulos sino que estamos ante un eterno retorno relatado por dos entidades que repiten sus roles en sendos espacios-tiempos, como si Cuenca Sandoval fuese un buceador literario de «agujeros negros narrativos».

Verano de juventud

Arranca con el relato de Gabriel durante un verano de juventud viajera junto a Hubert, como dos «flâneurs» embriagados de alcohol, droga y cine. Juntos tendrán un accidente de tráfico con resultado mortal para una mujer. Este hecho pondrá en marcha un ciclo demencial para en ambos, una obsesión por buscarla en este u otro confín espacio-temporal. Sus caminos se separan. Hubert se convertirá en el cineasta maldito Mariet-Levi que recuerda al mítico Sirgado del filme «Arrebato» y Gabriel alcanzará cierta fama literaria sin dejar de cargar con el denso peso de la culpa. La voz narrativa de la segunda parte es más compleja de centrar, más monótona y le sobra «metraje».

Fábula sin moraleja que gira en torno a la broma cósmica que supondría revivir los hechos en un eterno bucle sin capacidad de exoneración. Reencarnarse continuamente y perder, para siempre, a la mujer amada, a esa mítica Primera Mujer, sin llegar a salvarla ni poseerla nunca. Paginas alucinadas, vertiginosas y redentoras.

Los hemisferios. Lectura de Vicente Luis Mora

Los hemisferios. Lectura de Vicente Luis Mora

Copio esta entrada del blog de lecturas del crítico y escritor Vicente Luis Mora:

Mario Cuenca, Los hemisferios; Seix Barral, Barcelona, 2014.

 

El metal de su vida es como todos.

Y es igual aquél óxido,

y aquella rigidez en la mandíbula.

Si aún no se lo cree, haga la prueba.

Vuele al otro hemisferio.

 

Mario Cuenca, Todos los miedos (2005)

 

He leído que un filósofo llamado Petrón mantenía la opinión de que existían varios mundos tocándose los unos a los otros en figura triangular equilátera, en cuyo centro, según decía, se hallaba la morada de la Verdad, y allí habitaban las Palabras, las Ideas, los Ejemplos y representaciones de todas las cosas pasadas y futuras, rodeadas por el Siglo. Y en ciertos años, con largos intervalos, parte de ellas caían sobre los humanos como catarros y como cayó el rocío sobre el vellón de Gedeón; otra parte quedaba allí en reserva para el porvenir, hasta la consumación de los tiempos.

 

François Rabelais, Gargantúa y Pantagruel

 

 

Lo que sigue no es una “reseña” de Los hemisferios. Prefiero hablar de la novela en diversos lugares, atendiendo a aspectos concretos de la misma; además, si usted ha llegado hasta aquí es porque busca un acercamiento a la novela, algunas pistas que le orienten respecto a qué puede encontrar en ella. Prefiero hacer esto último, pues nos referimos de una novela tan densa y variada que su exégesis global invita más al artículo de corte académico que a una recensión breve, que amputaría la mayoría de sus aspectos narrativos, filosóficos o psicológicos.

 

Los hemisferios es una novela baudelaireana, de correspondencias simbólicas y míticas entre sus dos partes, tituladas “La novela de Gabriel” y “La novela de María Levi”, que tienen algunas diferencias estilísticas –si bien no tantas como sugiere la contraportada–. La historia global o común de la obra cuenta de dos formas diferentes los similares acontecimientos y ansias que sacuden a dos arquetipos. El primero es representado por Gabriel en ambas novelas; el segundo está compartido por los tuertos Hubert Mairet-Levi en la primera y su claro trasunto Marie Levi en la segunda (lo que pudiera ser un guiño al Orlando de Virginia Woolf, que también vive a través de los tiempos con sexos diferentes). En consecuencia, es necesario enfatizar que no se trata de la misma historia contada por dos personajes (lo que remitiría a otros modelos como Durrell o Faulkner), sino dos arquetipos repitiendo papeles en dos historias distintas, que tienen “lugar” en dos espacio-tiempos distintos, conectados en algunos puntos (vgr., p. 45: “un colapso del presente y el pasado (…) el zumbido de la realidad saliéndose de su goznes”). Como en algunas teorías astrofísicas, Cuenca utiliza la hipótesis de dos mundos paralelos que se tocan en algunos “agujeros de gusano” narrativos, lo que nos remite a ciertos relatos de Borges u otras obras de literatura fantástica o de ciencia-ficción (The Legion of Time, de Jack Williamson; Eye in the Sky o Valis, de Philip K. Dick, o El mundo en la era de Varick, de Andrés Ibáñez), por no citar a la serie Fringe, cuyas últimas temporadas semejan en parte la construcción de Los hemisferios. En algún momento el autor parece indicar esta posibilidad de mundos paralelos: “O tal vez esté en ambos lugares a la vez, en una bilocación. Tal vez esté en dos tiempos que aspiran a ser un mismo tiempo y que a veces, cuando se rozan, escupen esquirlas de metal incandescente” (p. 111, véase también 130 y 192). Algunos detalles, como un cuadro basado en la Sagrada familia de Gaudí, son claves para entender la comunicación entre ambos espacio-tiempos.

 

Mientras que el narrador de la primera parte es Gabriel, un escritor que cuenta sus experiencias tras conocer a una mujer de corte mítico, la narradora de la segunda novela es más difícil de describir. Quizá se da una pista en la primera parte, cuando en la página 111 se habla de “una proyección de su propia culpa, su materia doliente derramada desde un proyector de la conciencia”. Marie parece estar instalada en una especie de limbo (puede ser la muerte, la inconsciencia del coma o simplemente otra dimensión posthumana donde la vida sólo tiene lugar como manifestación de la conciencia post-corporal; me inclino por esta última posibilidad). El problema es que Los hemisferios parece aquejada de lo que Ricardo Menéndez Salmón describía como “mal de los constructores” en uno de los relatos de Gritar (Lengua de Trapo, 2007): las deficiencias que procura la búsqueda de la perfección a cualquier precio, que puede derivar en malformaciones indeseadas e insospechadas. En este sentido, da la impresión de que la segunda novela ha sido “estirada” sólo para coincidir en número de páginas y número de capítulos con la primera. Mientras que “La novela de Gabriel” está perfectamente compensada y construida, manteniendo un altísimo interés y enorme calidad a lo largo de 270 páginas, “La novela de María Levi” se levanta sobre una estructura muy monótona, alternando escenas del presente y el pasado por turnos, y su contenido es a veces sobrante y repetitivo, alargando multitud de escenas que no siempre añaden algo sustantivo, por lo que a ratos se nutre de relleno especular. La lectura se hace pesada en esta segunda parte, a lo que se suma cierta sensación de déjà-vu respecto a personajes e historia. En mi discutible y personal juicio, “La novela de Marie Levi”, que tiene una narradora formidable desde el punto de vista constructivo, hubiese funcionado igual o mejor con la mitad de capítulos y páginas.

 

En otros lugares desarrollaremos otras cuestiones que abre la novela, entre ellos: los aspectos míticos de los personajes; su posible adecuación al marco narrativo conceptual de Le récit spéculaire (1977) de Lucien Dällenbach; el uso de estructuras abismáticas a partir de espacios “concéntricos” (p. 54), que se transmutarían en otros tantos niveles estructurales: la narrativa de las películas filmadas por los personajes, la narrativa de los acontecimientos de cada una de las novelas y el “Supremo Montaje” que englobaría ambas. También podría abordarse su composición fragmentaria, que la une a Boxeo sobre hielo (2007), la primera novela de Cuenca; la excesiva dependencia de la historia respecto de modelos anteriores, como el Vértigo de Hitchcock, y su vínculo con otras remediaciones contemporáneas; la sugerente definición de los personajes como revenants, que tiene en francés dos significados: “fantasma”, o aparecido, y “resucitado” o reaparecido, y las posibles reminiscencias de Solaris en la obra. O la posible adscripción estética a lo que José Luis Molinuevo ha denominado tecnorromanticismo, ya que la novela de Cuenca es decididamente postromántica: personajes desgarrados, movidos por un destino del que no pueden escapar; ligazón esteticista de amor y muerte; solipsismo; adecuación de la naturaleza al estado de ánimo de los personajes (p. 434); dobles y sujetos divididos; sublimes geográficos; construcción como “espiral de espirales” según la expresión de Schlegel[1]; existencia de fuerzas y conexiones ocultas entre todas las cosas, etcétera. Incluso hay menciones literales: “ella interpreta un personaje escapado de una novela romántica (…) una versión punk de las mujeres que podría haber adorado Novalis, o Byron” (p. 117), describiendo después sin citarla la característica estampa del Caminante sobre el mar de nubes (David Caspar Friedrich, 1818).

 

 

http://4.bp.blogspot.com/-kBhqATN0OCU/UtAL831coBI/AAAAAAAABE0/AZK1bwZS1AQ/s1600/%E2%80%9CThe+Wanderer+Over+The+Sea+Of+Fog,%E2%80%9D+Casper+David+Friedrich.jpg

El próximo 14 de enero...

El próximo 14 de enero...

... podréis encontrarlo en vuestra librería. En la web del Grupo Planeta puede descargarse un avance del libro.

Feliz año y felices lecturas.