Entrevista en Noticias de Navarra
Paula Echeverría, Fotografía Oskar Montero - Miércoles, 12 de Febrero de 2014
"Invadir la realidad a este ritmo puede hundirnos en la superficie"
Mario Cuenca Sandoval (Sabadell, 1975), ayer en la librería Auzolan de Pamplona.
Acaba de ver publicada su novela "más personal", y la que, asegura, "representa de un modo más completo" su universo narrativo. Cuenca Sandoval plantea en Los hemisferios un reencuentro necesario con esa profundidad de la que estamos despojando al tiempo actual.
En ’Los hemisferios’ propone al lector un juego de reconocimientos, de relaciones y paralelismos. ¿No es en el fondo situarle en ese "delirio" de nuestro tiempo, del que deja constancia en la novela, que consiste en que hoy en día intentamos buscarle sentido a todo?
-Sí, hay algo irónico en la novela que tiene que ver con el hecho de que el lector de géneros, como la novela negra, suele reclamar que el autor ate todos los cabos por él, le exige una cierta pedagogía, que el autor explique el chiste, por así decirlo. Y en Los hemisferios lo que se plantea es que el lector se sumerja en un laberinto de espejos, y que sea él quien escoja cuál es la novela que le convence. Hay dos novelas que se reflejan la una en la otra, y hay una tercera novela, que es la que el lector construye por sí mismo al realizar elecciones.
En el fondo de esta obra late ese malestar de nuestra sociedad que viene por la imposibilidad de encontrar algo que nos satisfaga. ¿Le ocurre también eso como escritor?
-Sí, como escritor y como lector. En esta historia sí hay una sensación por mi parte de que estamos en una época con una serie de transformaciones sociales y tecnológicas que todavía nos generan más perplejidad que otra cosa.
Aludiendo a la primera cita de la novela, "Todo es espejo", de Octavio Paz, ¿cree así que toda escritura es una reescritura?
-Sí, es posible que, igual que los protagonistas aman a la misma mujer en distintas mujeres, estemos reproduciendo los mismos temas y las mismas peripecias pero en distintas circunstancias. En el fondo, el tema del libro es muy clásico, el descenso a los infiernos, y está también el mito de Pigmalión de crear a la mujer amada. Esa fue la semilla del libro, yo quería investigar, o reescribir, darle una vuelta de tuerca a esos temas, que están en la película Vértigo de Hitchcock, en Fascinación de Brian De Palma, y en muchas novelas y obras que se citan en la novela.
Si toda escritura es una reescritura, ¿qué papel juega la realidad en su literatura? ¿Es el motor, es la obsesión, la adicción...?
-Me interesa más la representación de la realidad que la propia realidad. Quizá por mi formación como filósofo, me interesa más cómo nosotros representamos el mundo y los discursos que hacemos sobre él, y cómo lo reproducimos en la ficción, que la propia realidad en sí misma.
Porque esas representaciones también construyen nuestra realidad.
-Claro, construyen nuestra identidad, lo que somos, y sobre todo lo que sentimos; esto es algo que no se suele decir, pero nuestra sentimentalidad también está hecha a partir de una serie de relatos comunes, de relatos compartidos, de recuerdos... El libro habla de eso también.
¿Piensa en la ’respiración’ del lector cuando escribe?
-Sí, sí, tanto a nivel de ritmo como de experiencia. Desde la propia música de las frases hay que ir proponiendo un ritmo de lectura que seduzca al lector y que lo coja de la mano, porque si no te soltará a la primera de cambio. Y también hay que saber contar y dosificar algunas experiencias terribles de las que se habla en el libro para que el lector respire entre una y otra, para que descanse en mesetas y quiera seguir avanzando. Si no, el camino sería demasiado tortuoso.
Y piensa en lectores intelectualmente activos, a los que les exige. ¿O es que nos hemos malacostumbrado, en la literatura y en la vida en general, a que nos lo den todo masticado?
-Yo respeto la pluralidad de intereses de los lectores, hay gente que lee best-sellers o literatura comercial que igual no exige tanto desde el punto de vista intelectual, y ni siquiera desde el punto de vista emocional, es decir, obras que se pueden leer invirtiendo menos atención y menos esfuerzo que en otras, más como un entretenimiento, y me parece muy bien. Igual que hay gente a la que solo le gusta la música para bailar. Lo respeto absolutamente. Pero como a mí no me interesa como lector ese tipo de literatura, sería más absurdo todavía que la propusiera como autor.
Sus personajes deambulan en un bucle, sin ver la salida. ¿Se siente así en este siglo XXI?
-Sí, un poco sí (sonríe).
¿Es una novela en realidad sobre la enfermedad de nuestro siglo?
-Sí. La novela empieza diciendo que la enfermedad del siglo XIX, un tópico de la literatura, era la melancolía, el Mal de Werther y esto del Romanticismo. El siglo XX ha sido principalmente, en lo cultural, el siglo del cine, de la representación cinematográfica del mundo; y ahora la pregunta es qué será el siglo XXI. Yo no arriesgo con una tesis, pero sí plasmo intuiciones. Y es muy sorprendente el modo en que ahora estamos cartografiando el mundo desde todas las perspectivas posibles, que si con Google Earth, con los teléfonos móviles... estamos invadiendo la realidad desde un millón de perspectivas, y me pregunto qué será cuando el mapa de la realidad sea mayor que la propia realidad.
¿Esa sobrerrepresentación no deja en cierta forma ’tapadas’ las emociones?
-Esa representación intenta ser un poco aséptica, intenta limpiar el mundo y deja fuera un montón de espacios que son más tenebrosos, más oscuros y que no queremos ver.
O nos los muestra pero en otras personas.
-Exactamente, mediándolo a través de la cámara. En esta novela pasa un poco como en el cine de Haneke, te pone ante los ojos cosas que no son apetecibles ni bonitas, pero son reales. El tema de la muerte: vivimos en una sociedad donde estamos extirpando y apartando ya totalmente la muerte de la experiencia cotidiana. El libro habla de esos puntos, de esa materia oscura que hay en nuestra existencia y que estamos tapando con los medios de comunicación.
¿Adónde nos lleva como sociedad esa sobrerrepresentación de la realidad?
-Yo espero que no sirva para que frivolicemos experiencias fundamentales como las que he mencionado, que no acabemos vaciando de contenido la experiencia vital, reduciéndola a una mansalva de anécdotas visuales y sin calado. Espero que no nos hunda en la superficie. Qué cosa tan paradójica, pero esto nos puede hundir en la superficie, en vez de en el fondo de las cosas. No digo que vaya a pasar, pero es posible...
¿Por eso escribe? ¿La literatura le permite, como dice en la novela, "salir al encuentro con fantasmas de este mundo"?, ¿con esa materia oscura de la vida?
-Sí, con todas esas cosas que hemos despejado de la experiencia cotidiana porque nos dan miedo, porque no nos gustan y con las que no queremos reencontrarnos, no tanto porque podamos verlo sino porque, como se dice en la novela, nos puedan ver a nosotros... eso es lo que más miedo nos produce.
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