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Entrevista para Quimera (nº abril 2010)

Entrevista para Quimera (nº abril 2010)

 

(por Karina Sainz Borgo)
Después de Boxeo sobre hielo (Berenice, 2007), Mario Cuenca Sandoval (Sabadell, 1975), reaparece con El ladrón de morfina (451 Editores): una virtuosa farmacopea, una historia abstinente y obsesiva, poética y enferma, una vuelta de tuerca, en fin, a El corazón de las tinieblas de Conrad y a Lolita de Nabokov.
1-. Al igual que Boxeo sobre hieloEl ladrón de morfina no es sólo una novela sobre la adicción a un sedante, tampoco es una novela sobre la guerra, ni sobre los hombres que fotografían muchachos que se parecen unos a otros o copos de nieve que son únicos y a la vez iguales. Se trata sobre una búsqueda, pero cuál exactamente.
Es cierto, no se trata de una novela bélica. La guerra es sólo el envoltorio. O, si se prefiere, el territorio pantanoso del que unos personajes quieren despegar, desenfangarse. Las drogas y el deseo son las alas de las que se valen para remontar el vuelo. Pasear en tándem, visitar prostíbulos, fumar marihuana, traficar con tubos de morfina, con esas y otras tareas oponen la ligereza del espíritu a la pesadez del cuerpo, a las heridas y al frío. Se trata, en efecto, de una novela en la guerra, sin arengas, héroes o villanos, nada más que individuos que quisieran salvarse de la melancolía, del miedo, de las obsesiones. De hecho ni siquiera hay bien y mal; los personajes se sitúan en un nivel extra-moral, más bien soteriológico: buscan solamente su propia salvación.

2-.Háblenos del traductor, ¿sería especular demasiado, o sofisticar en vano, ponernos a hablar del mecanismo Cide Hamete Benengeli en El ladrón de morfina?

Se trata, en efecto, del recurso al manuscrito encontrado. No es original, desde luego, pero sirve para ajustar la posición del lector frente al texto como si perteneciera a otra tradición literaria. Una novela sobre la Guerra de Corea firmada por un español podría producir el mismo efecto que en los comienzos delSpaghetti Western provocaría el nombre de Sergio Leone en los títulos de crédito. Al incluir la firma de un autor apócrifo anglosajón, nos transportamos a otra tradición y hacemos uso de otra "enciclopedia" para leer la novela. Ese era, al menos, mi propósito. En el aspecto visual, quería que el libro recordara de algún modo a las novelas de kiosko, o pulp, o bolsilibros. Me temo que la extensión del relato, contra la que he luchado durante tres años, vaya en detrimento de esa impresión. Yo quería haber escrito una novelita de 120 páginas, pero el enmarañado de temas, personajes y tramas me impedía hacerlo con cierta transparencia. En ciento veinte páginas, El ladrón de morfina sería demasiado hermético, casi esotérico. Por eso preferí estirar un poco lo que hay de novela de acción para ajustar lo que hay de novela de pensamiento.

 

3-. Da igual que hablásemos de Bentley, Wilson o el traductor, ¿son la misma fase de una sola voz, cierto? Pero, ¿y Han? ¿Es Han la versión humana del buen samaritano químico que usted alude en la morfina, el éter?

Sí, mi propósito inicial era subvertir la idea de que una novela consiste en la trayectoria de unos personajes que atraviesan un conjunto de peripecias. Lo que yo quería era escribir una peripecia que atravesara a un conjunto de personajes. Se podría decir que todos los personajes son voces en estadios distintos, o en tiempos distintos, de una misma trama. En cuanto a Han, en efecto es representado al mismo tiempo como un objeto de obsesión, mezcla de inocencia y perversidad (de ahí que sea un adolescente). Él es el verdadero ladrón de morfina; aunque, como trataba de aclarar antes, en realidad todos son el ladrón de morfina.

4-.El tiempo es una convención en esta novela. Es decir, si se miran las fechas, parece que no cuadran. Por ejemplo, si Wilson cuenta que el flaco Bentley tiene un hermano en cama desde 1945 y para 1951 Bentley ya ha publicado toda su obra, ¿desde qué tiempo realmente se narra esto?

Se trata de una ambigüedad premeditada. Es como si se estableciera una divergencia entre tiempo vivido y tiempo narrado. A cierta altura de la narración se dice: "todo esto ha sucedido ya"; el tiempo es como un loop, lo que hace posible que haya anticipaciones o anuncios del porvenir, relaciones semánticas entre las cosas y entre los acontecimientos, y hace posible incluso la propia idea de destino. Pero, corrijo: nadie dice que el narrador hable desde 1951. El texto de nuestro Cide Hamete Benengeli podría haberse escrito hacia finales de los años setenta o comienzos de los ochenta, momento de la apócrifa edición original norteamericana. Al menos, a esa altura he intentado colocarme yo para escribir.

5-.Abundan en la novela las reflexiones y referencias acerca de la escritura de Edgar Allan Poe y el mecanismo de creación-desesperación literaria como síndrome de abstinencia. ¿Por qué el énfasis en la morfina (equiparable a la escritura, de ser así) como metáfora de la anestesia y la compasión?

En principio, la morfina aparece como una herramienta de salvación, el buen samaritano químico. Algo que pone a salvo de la experiencia de la guerra. La literatura parece perseguir esa misma virtus curativa, Caplan narra con la intención de perdonarse, de curarse, pero tanto la literatura como la morfina tienen tanto de curación como de tortura, redimen y condenan. Creo que esa es la gran ambigüedad que preside el libro, personalizada en el adolescente Han Dong Sun.

6-.Me interesa conocer cómo combinó la sofisticación en la estructura de la novela, con la limpieza y efectividad poética del lenguaje, que por cierto, es casi anglosajón. Es un castellano telegráfico, certero, perfecto, poético.

Me alaga oír ese análisis. De alguna forma, fui descubriendo que escribir ELDM implicaba desprenderme de mis propios giros de voz para plegarme a los imperativos de la novela.Me di cuenta pronto de que le intentaba tirar el pulso a un texto arisco e intratable, que tenía que plegarme yo a sus exigencias, y no él a las mías. La estructura es el resultado de una decena de "reescrituras" y recombinaciones, hasta dar con la que considero más adecuada. Y cuando digodecena no exagero ni un ápice. La redacción del texto como tal no me llevó más de nueve meses. Los otros dos años y medio de trabajo han sido de organización estructural y limpieza, pulido del lenguaje, un desplazamiento desde mi voz a una voz apócrifa, en lengua inglesa. De hecho, El ladrón de morfina es una revisión de dos de las grandes novelas de la tradición anglosajona: la primera es Lolita y la otra, El corazón de las tinieblas. No por azar, el autor apócrifo de El ladrón de morfina se llama Kurt (de segundo nombre), en recuerdo del Kurtz de la novela de Conrad. Mi deseo era darle una segunda vuelta de tuerca a El corazón de las tinieblas, lo que implicaba darle una segunda vuelta de tuerca a Apocalypse Now!.

 

7-.Le pregunto ahora a usted. ¿Qué es más poderoso: el rifle o la máquina de escribir? ¿El remington o la Remington?

Esa es una pregunta terrible. Lo más poderoso es la máquina de escribir al servicio del rifle. Es decir: la alianza que suele darse en todo conflicto bélico.

8-.Esta pregunta ya es una golosina. ¿Cuál es la importancia del símbolo de la bombilla de tungsteno en la novela?

Es una metáfora de la obsesión. Uno de los paratextos remite a la historia (real) de una bombilla que lleva encendida más de cien años en Livermore, California. Que sean varios los personajes que desfallecen bajo su luz es otra de las claves simbólicas del libro. Al final, El ladrón de morfina tal vez no sea más que un relato sobre distintas formas de obsesión y de adicción.
  

 

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