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Entrevista en Diario Córdoba

Entrevista en Diario Córdoba

Javier Vázquez Losada. 15/03/2014

El escritor Mario Cuenca Sandoval (Sabadell, 1975, residente en Córdoba) es considerado uno de los más destacados representates de la nueva narrativa española desde la publicación de su primera novela Boxeo sobre hielo (Berenice, 2007), a la que han seguido posteriormente El ladrón de morfina (451 editores, 2010) y, ahora, Los hemisferios (Seix Barral, 2014). Ha publicado los poemarios Todos los miedos (Renacimiento, 2005), El libro de los hundidos (Visor, 2006) y Guerra del fin del sueño (La Garúa, 2008).

 

--¿Cómo surge Los hemisferios ?

--Hace tiempo que me rondaba la idea de escribir algo en torno a Vértigo , de Alfred Hitchcock, que es una película fundamental en mi formación como espectador de cine y como escritor: cuando la vi por vez primera, estaba todavía buscando mi propia voz narrativa, y descubrí que la película estaba contada desde el nivel de realidad que a mí me interesaba, un poco más arriba del realismo y un poco más abajo de la narrativa de terror o fantasía, en una especie de interregno entre esos dos mundos, y que yo quería escribir exactamente desde aquella altura.

--Uno se encuentra en Los hemisferios con dos novelas en una. Está La novela de Gabriel y La novela de María Levi .

--Cada una de las novelas refleja el modo en que ambos narradores, Gabriel y María, han sublimado su obsesión por la misma mujer, o mejor: por el mismo arquetipo de mujer. Como es sabido, en el hemisferio norte y en el hemisferio sur los vórtices corren en sentidos contrarios. Lo que el lector encuentra son dos universos distintos que se despliegan a partir de un mismo Big Bang, o, si se quiere, un Big Crash, una misma tragedia, y provocan interferencias el uno en el otro. El título también alude a los hemisferios cerebrales, uno más racional y contenido, y el otro más emocional y verborreico.

--La forma, el estilo de Los hemisferios es una de sus señas de identidad, ¿se adapta a aquello que quiere o ha querido contar?

--Para mí es difícil establecer la diferencia entre una cosa y otra. Pero es cierto que me interesan los narradores que tienen una voz y un aliento tan poderoso que te toman de la mano y te conducen por su universo literario sin soltarte. Y mi ambición, naturalmente, es convertirme en uno de esos narradores.

--En ocasiones uno habla con escritores que comentan que antes de la necesidad de contar una determinada historia les surge otra necesidad, la de contar de un determinado modo, la de expresarse. Eso lo comprendemos mejor cuando se trata de poesía, ¿qué ocurre cuando se trata de novela?

--Sucede lo mismo. En mi caso, la voluntad de escribir se activa con algunas imágenes, todavía muy confusas. Eso que Lezama Lima llamaba "la dinámica oscura". Yo parto de la voluntad de dar forma a algo que en origen es confuso. Escribir es para mí investigar esa materia oscura, en coherencia con aquello que decía Patricia Highsmith: "Escribir es preguntarte qué escribirías si escribieras".

--Uno de los aspectos más hipnóticos de la novela es la presencia de dos mundos tan diferenciados. En realidad hay varios, tantos como escenarios, como grandes platós donde la acción discurre o se sugiere.

--Yo diría que los escenarios de la novela son a su vez relatos. Más que ciudades reales, se trata de ciudades narradas, construidas a través del cine, la literatura, el turismo (que también es un relato)... En la segunda parte se insiste en la idea de que son esas narraciones las que nos mueven a viajar, y se presenta el turismo como una especie de acto de confirmación: buscamos en la ciudad visitada, por ejemplo en el París de la primera parte de la novela, los componentes del relato que traemos con nosotros.

-Relacionado con lo anterior, hay mucho cine en la novela, o así lo entiendo, tanto en el discurso como en el fondo, ¿qué hay de cierto o qué influencia cabe en Los hemisferios ?

--Hay dos películas que aparecen como plantilla: Vértigo , en la La novela de Gabriel ; y Ordet , en La novela de María Levi . Goddard escribió que los dos únicos directores que habían logrado filmar un milagro eran Hitchcock y Dreyer, el milagro de la resurrecicón de la mujer amada. En el fondo, Los hemisferios es una novela de fantasmas, pero no de ultratumba. De proyecciones, de espectros que viven en la conciencia, en la memoria y en el sueño.

--Hablar del género de la novela resulta más complicado por lo que hemos ido comentando, la segunda parte es más loca, un viaje enfebrecido, vampiros incluidos, mientras que la primera resulta más paródica, entre el humor y lo negro...

--No veo demasiado humor en la primera parte, la verdad. Lo negro sí, sin duda. O más bien una especie de anti-novela negra, que adopta su apariencia precisamente para impugarla. La segunda es, en efecto, más visionaria, poética y enfebrecida.

--Los hemisferios exige un esfuerzo por parte del lector, algo muy de agradecer en esta época de consumo fácil.

--El lector es soberano, puede elegir lo que le interese, faltaría más. Pero a mí no me apetece perder el tiempo con literatura de (mero) entretenimiento, porque espero de la lectura algo más que entretenimiento. La literatura de entretenimiento me resulta terriblemente aburrida.

--Como la cuestión del género es inevitable. Todo libro es un artefacto, llamémosle novela en este caso, pero hay mucho de ensayo en él. También poesía.

--No pretendo resultar moderno (o postmoderno), ni epatar con erudición filosófica o cinéfila. En mi caso responde a un deseo de libertad formal. Cuando cito a algún autor, lo hago porque hay quienes han dicho mucho mejor que yo lo que me propongo decir en alguna reflexión en particular, o lo han hecho de una manera más comprimida y eficaz, y porque escribir es también entablar un diálogo con ellos.

--Son innumerables las influencias que uno descubre en la lectura, desde Perec hasta Foster Wallace, pasando por Hitchcock. Confiésenos algunas menos visibles.

--En realidad, creo que todas resultan bastante evidentes. En la peregrinación de Gabriel al final de la primera parte, yo encuentro resonancias de Un hombre que duerme , de Perec, además de la alusión --explícita en otros pasajes de la novela-- a El Spleen de París de Baudelaire. En los pasajes de La novela de Gabriel en que se reflexiona sobre la tecnología me parece obvia la influencia de Don DeLillo.

--Si no llevo mal las cuentas, ésta es su tercera novela. Y están su libros de poesía. ¿Qué será lo próximo?

--Lo próximo es descansar un poco. De un proyecto como éste se sale con un enorme agotamiento e incluso con rencor hacia la literatura, por todo lo que nos roba la literatura.

Entrevista capotiana

Entrevista capotiana

Una iniciativa muy interesante del blog de Toni Montesinos.

En 1972, el escritor estadounidense Truman Capote (1924-1984) publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama 1999), y en él el autor de A sangre fría se entrevistaba a sí mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Mario Cuenca Sandoval.


Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Estoy tentado de decir que en casa, con mi familia, con mis libros. Pero, como se trata de un experimento mental, escogeré uno de esos palazzi venecianos, el más decadente.

 

¿Prefiere los animales a la gente?

No, en absoluto. Y no entiendo a quienes responden sí a esta pregunta.

 

¿Es usted cruel?
Sobre todo conmigo mismo. Me juzgo de una forma muy severa. Pero creo que eso, al menos en algunos tramos del proceso creativo, resulta bastante útil.

 

¿Tiene muchos amigos?
No muchos. Las amistades hay que cuidarlas. Y yo he elegido una forma de vida demasiado solipsista. Y además mis mejores amigos están lejos, por azares de la vida. Circunstancia a la que se añade mi incapacidad para mantener conversaciones fluidas por teléfono. Una manía como otra cualquiera.

 

¿Qué cualidades busca en sus amigos?

No los someto a ninguna selección. Confío en la empatía.

 

¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No. Intento evitar sentimientos de ese tipo. Esperar mucho de los demás no es que sea imprudente, es que es injusto con ellos.

 

¿Es usted una persona sincera?

Soy sincero, pero también bastante hermético. Y no hay contradicción entre ambas cosas.

 

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?

Con tópicos burgueses. Lectura y cine, sobre todo. Me gustaría poder viajar más de lo que lo hago -otro tópico-.

 

¿Qué le da más miedo?

La enfermedad. Y la muerte, sin duda. Y no hablo solo de la mía. Ni siquiera la mía en primer lugar. Seguramente la de mis hijas en primer lugar, por encima de todas las muertes posibles.

 

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Me escandaliza la impunidad de algunos genocidas, por ejemplo.

 

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?

No lo sé, e incluso me da miedo pensarlo. Le ruego que no me obligue a pensarlo. Me aterra.

 

¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Francamente, no. Salta a la vista. Salvo que mi paseo matutino se incluya en esa categoría.

 

¿Sabe cocinar?

Un poco. Cocina de supervivencia, nada muy elaborado. Arroces, pasta, sopas, guisos... La cocina requiere de una intuición de la que yo carezco, así que no puedo ir más allá de recetas muy simples.

 

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?

Escogería a Ernest Shakelton, o a Mallory, o a Amundsen y Scott, a alguno de los grandes aventureros del siglo pasado.

 

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?

Pan. Es muy sencilla y humana. Y creo que en muchas partes del mundo suena aún más esperanzadora. Además remite a algo más abstracto; me gusta la definición del ser humano que ofreció Hesíodo -“animal que come pan”- porque recoge hacia sí la inventiva de nuestra especie.

 

¿Y la más peligrosa?
Verdad.

 

¿Alguna vez ha querido matar a alguien?

No, en serio. O al menos no por razones morales. Por razones estéticas, sí. Musicales, sobre todo. Soy muy intolerante en cuestiones musicales.

 

¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Soy un hombre de izquierdas que todavía no ha encontrado la sección o el departamento en el que debería ubicarse, porque suelo discutir con los ocupantes de todos.

 

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?

Supongo que, si pudiera ser otra cosa, me daría igual. Las demás me resultan intercambiables.

 

¿Cuáles son sus vicios principales?
La exigencia. La practico sobre todo conmigo mismo.

 

¿Y sus virtudes?
La exigencia. La practico sobre todo conmigo mismo.

 

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?

La primera vez que vi una pantalla de cine. Una cena en una terraza del Quai de Montebello en que nos calló una tromba de agua y los turistas nos arremolinamos a las puertas del restaurante. Algunas mañanas con mis hijas. La nieve de mi niñez. Esas cosas.

T. M

 

mi paso por la Semana Negra de Gijón

Resumen, a cargo de Carmen Moreno, de la charla que tuve el gusto de mantener con Ricardo Menéndez Salmón en la Semana Negra 2010, presentando El ladrón de morfina (publicada en Revista de Letras):

 

La de Cuenca Sandoval, como afirma Ricardo Menéndez Salmón, presentador en esta ocasión, es la novela española que mejor crítica ha recibido este año. La presentación transcurrió en un ambiente de conversación entre ambos escritores.

 Ricardo Menéndez: ¿Te esperabas el éxito que ha tenido tu novela?

Mario Cuenca Sandoval: Me ha pillado totalmente por sorpresa. Yo le decía a Chavi Azpeitia: “¿tú sabes lo que vamos a hacer, sabes lo que yo vendo?”. Era una apuesta arriesgada. Pero llegó la crítica y, sí, se ha portado muy bien, aunque debo decir que lo difícil es encajar todas esas buenas críticas porque hay que saber filtrarlas y quedarte con lo que hay de verdad.

R.M.: Hablas de cierta dificultad para encajar el tema del libro porque parece que los españoles debemos ocuparnos de asuntos de nuestro entorno. ¿Qué te llevó a enfocar la mirada en la guerra de Corea?

M.C.S.: Se podía haber desarrollado en cualquier otro conflicto bélico, pero me interesó que en esta guerra intervinieron países de Hispanoamérica, como Colombia. Yo siempre digo que la mía es una novela en la guerra, no de la guerra. Quería hacer que prevaleciera un discurso  literario, no me interesaban los hechos históricos. Hay otro componente que me lleva a la guerra de Corea: la nieve. Mi paraíso es la nieve, el hielo.

R.M.: Uno de los elementos interesantes es cómo has combinado la tradición literaria (el tema del manuscrito encontrado, por ejemplo, que ya se usa en El Quijote) con parte de la tópica posmoderna.

M.C.S.: La poética de mi novela es la relación que hay entre las cosas, la relación simbólica que hay entre los elementos que proviene de la poesía. Si el lector intenta desmenuzar los porqués del comportamiento de los personajes se encontrara con un fracaso en su tarea, porque es una novela que se construye sobre la sucesión de imágenes, no hay un porqué. Este es un componente de la narrativa posmoderna.

Ricardo Menéndez Salmón y Mario Cuenca Sandoval (Foto: Zoe Riudavets)

R.M.: En la novela hay dos ideas fuertes, una de ellas me atrapa especialmente. Creo que existe una reflexión sobre la belleza del horror, o la estética de lo feo. La novela arranca con una imagen inolvidable: un paracaidista que cae, llevando en su bolsillo un libro de Poe.

M.C.S.: La novela sitúa en un plano amoral, un plano estético. Hay un pasaje que es Copo de Nieve Betley que fue la primera persona que fotografió un copo de nieve a través de un microscopio. Hizo fotos a miles de copos. Ese no es un comportamiento científico, sino poético.

R.M.: Otro asunto capital es el lenguaje.

M.C.S.: Creo que es una importanción del mundo de la poesía, lo que resulta peligroso porque puede hacer que pierdas el pulso narrativo.

R.M.: Parece que en la narrativa española actual está habiendo un cambio de paradigma: está soltando el realismo más inmediato. ¿Cómo te sientes tú?

M.C.S.: Se ha hablado mucho de la Generación Nocilla y cuando se habla de una generación nueva, los autores que ya están ahí, se echan a temblar con razón. Pero esa era una visión muy simplista de lo que estaba pasando. En el sustrato lo que había era un grupo de escritores nacidos en los años 70. El fenómeno era el de una transición, pero la clave del cambio se está produciendo en la crítica.

Entrevista en El Correo de Andalucía

Entrevista en El Correo de Andalucía

a cargo de Alejandro Luque

Cuenca Sandoval y la guerra como laboratorio espiritual

 

18/05/2010

Tras la excelente acogida de su primera novela, Boxeo sobre hielo, Mario Cuenca Sandoval vuelve con El ladrón de morfina (451 Editores), una obra inusual en el panorama narrativo español -está ambientada en la guerra de Corea- y que sorprenderá incluso a sus más fieles lectores. "Quería dar un golpe de volante y hacer una novela que, partiendo de un género determinado, degenerara. Y pensé que el bélico me daba muchas posibilidades; para empezar, permitía que el lector se acercara sabiendo que se trata de un artefacto literario, sin propósitos naturalistas o realistas".

Cuenca Sandoval explica que, a la hora de prepararse para este reto, la documentación histórica "fue bastante escasa por voluntad propia, porque no quería que el relato reprodujera con detalle la guerra de Corea, sino transmitir una sensación vaporosa, evanescente", afirma. "Para la atmósfera sí, no dudé en vampirizar a autores como Norman Mailer o Denis Johnson, junto a clásicos como El corazón de las tinieblas. Y mucha información visual de cine bélico, desde películas como La delgada línea roja al cine de los 50, como el de Samuel Fuller", agrega.

El lector que se adentre en las páginas de El ladrón de morfina encontrará, además del recluta Flaco Bentley, a un ángel colombiano, a un oficial-artista que dibuja tanques con una máquina de escribir, y a todo tipo de traficantes de sexo y drogas. "La ideatradicional de la novela es que a un personaje le suceda una serie de peripecias. Yo quería darle la vuelta a ese sistema, e intentar que las peripecias pasaran a través de unos personajes que, de alguna manera, son ellos mismos máscaras, arquetipos", explica este profesor de Filosofía, nacido en Sabadell en 1975 pero afincado en Córdoba.

Asimilado a la llamada Generación Nocilla, Cuenca Sandoval sonríe desde la paradoja de sentirse "distante de esa etiqueta, y al mismo tiempo consciente de que tengo afinidades con los miembros destacados de ese grupo, aunque también las tengo con otros autores ajenos. Al fin y al cabo, todos pertenecemos a una generación educados en unos parámetros similares de la cultura de masas", dice.

Por último, Cuenca Sandoval subraya su deseo de proponer "un enfoque no moral de la guerra" al abordar El ladrón de morfina. "En el relato no hay buenos ni malos, ni virtudes ni vicios. Me interesaba explorar las condiciones psicológicas y espirituales de los personajes, presentar la guerra como laberinto espiritual. Me fascina pensar cómo puede un individuo sobrevivir a una experiencia como esa". 

Entrevista para Culturamas

Entrevista para Culturamas

Clip de vídeo en el que digo algunas cosas sobre El ladrón de morfina para la revista Culturamas.

Entrevista para Letras Libres

Entrevista para Letras Libres

 

“En España hay mercado para lectores que rehúyen de la perspectiva realista o naturalista dominante”

por Feliciano Tisera

En El ladrón de morfina (su segunda novela tras Boxeo sobre hielo), Mario Cuenca Sandoval utiliza la técnica narrativa del manuscrito encontrado para contar experiencias de la Guerra de Corea de una manera muy particular, alejada del realismo formalmente conservador dominante en la literatura española. La novela se presenta como una traducción del manuscrito original en inglés de Samuel Kurt Caplan (personaje-narrador de la novela), y el autor habla aquí sobre los desafíos a los que se ha enfrentado en la construcción de su obra y sobre las técnicas mediante las que ha sabido salir airoso de tan exigente tarea.

¿Cómo resolviste en esta novela el desafío de la prosa, teniendo que escribir en un español, digamos, no natural, sino que sonara a traducción?
Ha sido la parte más difícil de la escritura, porque la construcción de la novela como tal no me llevó más de nueve meses, pero al final han sido tres años de revisión de la voz hasta colocarla en un punto que pudiera parecer verosímil, como si fuera un libro procedente de una tradición distinta. Tenía que intentar anglosajonizar mi voz, pero al final, y para eso eché mano de referentes literarios de lengua inglesa como Don DeLillo o Denis Johnson, tratando de emular un poco la manera de construir sintácticamente en una lengua extranjera. También hay varios personajes hispanohablantes: ésa es la principal razón por la que elegí la Guerra de Corea, porque participaron en ella colombianos, puertorriqueños, lo cual me permitía introducir voces hispanohablantes y contrastar con la voz anglosajona.

¿Tu método de escritura en esta novela ha diferido, por sus características particulares, a tu forma de escribir normalmente?
Sí, absolutamente. Me he visto en la necesidad de importar una voz que no era mía y he tardado bastante tiempo en darme cuenta de que era yo el que se tenía que plegar a las exigencias del relato y no al revés. El relato me imponía una serie de condiciones que me ha llevado mucho tiempo ir descubriendo. He tenido que jugar a la contra, incluso desde el punto de vista de la respiración, del ritmo, de la prosa, como haría un actor cuando intenta reconstruir el acento o la dicción de un personaje.

¿Contabas con la colaboración de colegas de profesión que te daban recomendaciones en este sentido?
Debo reconocer que tengo la fortuna de tener entre mis amigos algunos buenos escritores y críticos, y me apuntaban hacia libros o escritores que podían darme la solución: “Léete esto o mira aquello, y verás como fulano construye el ritmo de su prosa”, etc. Así que debo agradecer la ayuda de la gente que tenía cerca.

¿Cómo se te ha ocurrido el tema del manuscrito encontrado?
Precisamente porque me parecía que era un recurso que le podía dar mucha verosimilitud al relato. Aunque parezca un juego o un artificio que a algunos lectores les podría hacer enarcar la ceja, yo creo que es un recurso de una tremenda honestidad, porque le está diciendo al lector que lo que se va a encontrar en las siguientes páginas es literatura: no se va a encontrar con Guerra de Corea histórica, sino con un artefacto literario. Y se me ocurrió recordando a los escritores de esas novelas que creo que en algunos lugares de América Latina llaman bolsilibro, aquí llaman novelas de kiosco y los estadounidenses llaman pulp, esas novelas que gente como Francisco González Ledesma firmaba con seudónimos como Silver Kane.

¿Hay una relación de alter ego entre Samuel Kurt Caplan y Mario Cuenca Sandoval?
No, porque es un personaje. Si lo juzgáramos desde un punto de vista moral, sería un personaje bastante despreciable. Sin embargo, la óptica que adopto en el libro es una óptica no moral, me sitúo más allá del bien y del mal, no hay juicio sobre los personajes, que lo único que intentan es salvarse, como náufragos que intentar salvarse psicológicamente del contexto en el que se desenvuelven. Si acaso hay un elemento en el que me siento identificado con varios personajes, es el carácter obsesivo de éstos. Por ejemplo, uno de ellos, Bentley, se dedica a fotografiar copos de nieve y tiene una colección inmensa de esas fotografías. Me parece que esa obsesión de Bentley no es muy distinta de la obsesión de un escritor con su obra.

Complementas el libro con cosas como el perfil de Facebook de Samuel Kurt Caplan, con el blog en el que pones fragmentos recitados de la obra en vídeos… ¿Crees que son éstos elementos importantes para la literatura hoy?
Son herramientas que están en manos del autor. Como autor, me gusta controlar todos los aspectos del libro, desde su creación hasta la edición y, de alguna manera, un blog o un perfil de Facebook es una manera de mantener vivo un libro y seguir ampliando o enriqueciendo el mundo que se ha generado. Por ejemplo, la idea del blog no era sencillamente crear un blog promocional, sino que fuera un complemento literario al libro y que, a quien le interese el mundo que se propone en él, pueda de alguna forma continuarlo, seguir sus pistas en Internet o incluso encontrar los referentes fundamentales del libro.

¿Te consideras una 
rara avis dentro del panorama literario español?
Creo que en el panorama literario español hay un buen grupo de narradores que se pueden considerar rara avis, que hasta la fecha no han tenido un espacio en el mercado editorial, pero eso está cambiando. Siento que, desgraciadamente, la perspectiva mayoritaria de la narrativa española es un realismo trasnochado, y ha sido lo que ha dominado el mercado editorial en los últimos años. Pero yo creo que hay libros que en ese sentido son una buena noticia, empezando por el propio proyecto Nocilla de Agustín Fernández Mallo, o Vicente Luis Mora que acaba de publicar en Seix Barral, o Jordi Carrión… Estos libros sirven para demostrar que hay otro nicho de mercado, que hay otro tipo de lectores que rehuyen de la perspectiva realista o naturalista dominante, y tengo la impresión de que en los próximos años vamos a ver cambios importantes.

El ladrón de Morfina, por ejemplo, no creo que fuera una rareza en otros mercados editoriales, como el norteamericano o anglosajón en general; no aportaría ninguna novedad especial en relación a lo que están haciendo otros autores o lo que han hecho los posmodernos desde hace cincuenta años. Pero en España el mercado editorial no había asimilado, hasta hace poco, esas otras posibilidades narrativas.

Si crees que el realismo está trasnochado, pero las principales ventas en España son las novelas históricas y los policiales de corte más clásico, ¿qué es lo que esta fallando?
Creo que de alguna forma se está trasladando a la lectura la experiencia cinematográfica: muchas de esas novelas están escritas con el ritmo y con la manera de construir de un guión cinematográfico, y en ese sentido enganchan muy fácilmente a la audiencia. ¿Por qué esa perspectiva es la dominante? Quizás porque está hecha para lectores “no literarios”. Igual que se bromea mucho con la fórmula de que hay “escritores literarios”, pues también hay “lectores literarios”, y estas novelas están pensadas para gente que no lee, o para gente que lee un libro al año. Y claro, para leer otro tipo de literatura, como El Ladrón de Morfina, no digo que haya que tener un doctorado en Teoría de la Literatura, pero sí que hay que haber hecho un itinerario de lectura distinto, que se salga del best-sellerismo que se ha impuesto. Creo que el problema de un best-seller es que el relato realista no puede competir en condiciones de igualdad con el cine o con la televisión: desde mi punto de vista, o la novela ofrece una experiencia específica y distinta al lector o está condenada a la desaparición.

¿El nombre de Kurt en Samuel Kurt Caplan tiene inspiración en el Kurtz de Conrad?
Sí, la percepción que hay de la guerra –el colonialismo en El corazón de las tinieblasy luego en Apocalypse Now, en Vietnam, en la película de Ford Coppola– me interesaba mucho porque genera una atmósfera alucinada, hipnótica, que era precisamente la que yo quería generar en El Ladrón de Morfina. Y por otra parte, si el libro de Conrad era una especie de viaje al corazón de la barbarie o del horror, de alguna forma El Ladrón de Morfina también es un viaje hacia el horror, pero es un viaje hacia adentro, un viaje hacia el interior de una conciencia, que es la de este personaje, Caplan.

Me da la sensación de que le das mayor importancia, como creador, a las influencias de productos culturales que has consumido que a lo que podríamos llamar la experiencia de vida, ¿estás de acuerdo?
Estoy totalmente de acuerdo, si se considera que no existe la disyuntiva entre la vida real y la ficción, porque la ficción forma parte de la vida real. Yo creo que pertenezco a una generación de narradores que han crecido en un medio cinematográfico, televisivo, incluso de los videojuegos y que nos interesa eso: no hablamos de las ciudades reales, sino de las ciudades narradas, y no hablamos de la Guerra de Corea real, sino de la guerra narrada. Las cosas que uno ha leído, las películas que uno ha visto, forman parte de su intimidad tanto como cualquier experiencia de la vida cotidiana.

¿De alguna manera te puedes llegar a ver como heredero de alguna tradición literaria española? Quiero decir ¿hay algún autor anterior a tu generación a quien admires y que consideres que haya influido en tu obra? 
Sí, lo que pasa es que no sé hasta qué punto esa presencia es tan evidente. Yo me considero heredero del realismo mágico, porque era la literatura que yo leía cuando era un adolescente o incluso un preadolescente, prácticamente un niño. Pero luego seguimos creciendo con lo que se llamó el post-boom, y después seguimos creciendo prácticamente hasta los autores que destacaron en los ochenta y noventa, como César Aira, Rodrigo Fresán… Yo, curiosamente, me siento más afiliado a la tradición latinoamericana que a la literatura española, donde he encontrado menos referentes, salvando personajes como Vila-Matas o Bolaño (si me lo apropio, considerando que vivía en España cuando falleció).

Utilizas mucho el tema de las drogas en tu narración para hacer que los personajes soporten lo que están viviendo, o para permitirles cometer crímenes horrorosos…
Es un elemento que les sirve efectivamente a los soldados para colocarse a varias cuartas del suelo (es decir, de la experiencia del horror). A mí es un tema que me interesaba personalmente mucho, ¿cómo uno puede sobrevivir a la guerra? Y no me refiero a sólo la supervivencia física, sino cómo puede uno salvarse, espiritual o psicológicamente, en unas condiciones como ésas. Las drogas son uno de los recursos principales del libro, pero también hay una especie de alegoría de fondo, se podría decir incluso de inspiración budista, de personajes que intentan elevarse por encima del deseo, por encima de la obsesión, que es un tema muy querido por las religiones de Oriente.

¿Te ves animándote con el realismo algún día?
Sí, ¿por qué no? Lo que pasa es que yo me imagino que si me planteo escribir alguna vez un relato realista, mi propio temperamento hará que a las cincuenta páginas se produzca algún tipo de torsión o giro que desmonte esa primera pretensión. A mí me gusta mucho jugar, con cierto cinismo, a hacerle creer al lector que hay una trama, que hay un argumento, que hay una intriga que verdaderamente vertebra el libro, y dejar para más tarde la revelación de que en realidad esa trama era como lo que Alfred Hitchcock llamaba un MacGuffin, como una línea argumental de despiste. Creo que en mi libro el verdadero argumento no está en la trama, sino en la estructura. Eso es algo que el lector va descubriendo a medida que va avanzando.

– Feliciano Tisera

Entrevista para Quimera (nº abril 2010)

Entrevista para Quimera (nº abril 2010)

 

(por Karina Sainz Borgo)
Después de Boxeo sobre hielo (Berenice, 2007), Mario Cuenca Sandoval (Sabadell, 1975), reaparece con El ladrón de morfina (451 Editores): una virtuosa farmacopea, una historia abstinente y obsesiva, poética y enferma, una vuelta de tuerca, en fin, a El corazón de las tinieblas de Conrad y a Lolita de Nabokov.
1-. Al igual que Boxeo sobre hieloEl ladrón de morfina no es sólo una novela sobre la adicción a un sedante, tampoco es una novela sobre la guerra, ni sobre los hombres que fotografían muchachos que se parecen unos a otros o copos de nieve que son únicos y a la vez iguales. Se trata sobre una búsqueda, pero cuál exactamente.
Es cierto, no se trata de una novela bélica. La guerra es sólo el envoltorio. O, si se prefiere, el territorio pantanoso del que unos personajes quieren despegar, desenfangarse. Las drogas y el deseo son las alas de las que se valen para remontar el vuelo. Pasear en tándem, visitar prostíbulos, fumar marihuana, traficar con tubos de morfina, con esas y otras tareas oponen la ligereza del espíritu a la pesadez del cuerpo, a las heridas y al frío. Se trata, en efecto, de una novela en la guerra, sin arengas, héroes o villanos, nada más que individuos que quisieran salvarse de la melancolía, del miedo, de las obsesiones. De hecho ni siquiera hay bien y mal; los personajes se sitúan en un nivel extra-moral, más bien soteriológico: buscan solamente su propia salvación.

2-.Háblenos del traductor, ¿sería especular demasiado, o sofisticar en vano, ponernos a hablar del mecanismo Cide Hamete Benengeli en El ladrón de morfina?

Se trata, en efecto, del recurso al manuscrito encontrado. No es original, desde luego, pero sirve para ajustar la posición del lector frente al texto como si perteneciera a otra tradición literaria. Una novela sobre la Guerra de Corea firmada por un español podría producir el mismo efecto que en los comienzos delSpaghetti Western provocaría el nombre de Sergio Leone en los títulos de crédito. Al incluir la firma de un autor apócrifo anglosajón, nos transportamos a otra tradición y hacemos uso de otra "enciclopedia" para leer la novela. Ese era, al menos, mi propósito. En el aspecto visual, quería que el libro recordara de algún modo a las novelas de kiosko, o pulp, o bolsilibros. Me temo que la extensión del relato, contra la que he luchado durante tres años, vaya en detrimento de esa impresión. Yo quería haber escrito una novelita de 120 páginas, pero el enmarañado de temas, personajes y tramas me impedía hacerlo con cierta transparencia. En ciento veinte páginas, El ladrón de morfina sería demasiado hermético, casi esotérico. Por eso preferí estirar un poco lo que hay de novela de acción para ajustar lo que hay de novela de pensamiento.

 

3-. Da igual que hablásemos de Bentley, Wilson o el traductor, ¿son la misma fase de una sola voz, cierto? Pero, ¿y Han? ¿Es Han la versión humana del buen samaritano químico que usted alude en la morfina, el éter?

Sí, mi propósito inicial era subvertir la idea de que una novela consiste en la trayectoria de unos personajes que atraviesan un conjunto de peripecias. Lo que yo quería era escribir una peripecia que atravesara a un conjunto de personajes. Se podría decir que todos los personajes son voces en estadios distintos, o en tiempos distintos, de una misma trama. En cuanto a Han, en efecto es representado al mismo tiempo como un objeto de obsesión, mezcla de inocencia y perversidad (de ahí que sea un adolescente). Él es el verdadero ladrón de morfina; aunque, como trataba de aclarar antes, en realidad todos son el ladrón de morfina.

4-.El tiempo es una convención en esta novela. Es decir, si se miran las fechas, parece que no cuadran. Por ejemplo, si Wilson cuenta que el flaco Bentley tiene un hermano en cama desde 1945 y para 1951 Bentley ya ha publicado toda su obra, ¿desde qué tiempo realmente se narra esto?

Se trata de una ambigüedad premeditada. Es como si se estableciera una divergencia entre tiempo vivido y tiempo narrado. A cierta altura de la narración se dice: "todo esto ha sucedido ya"; el tiempo es como un loop, lo que hace posible que haya anticipaciones o anuncios del porvenir, relaciones semánticas entre las cosas y entre los acontecimientos, y hace posible incluso la propia idea de destino. Pero, corrijo: nadie dice que el narrador hable desde 1951. El texto de nuestro Cide Hamete Benengeli podría haberse escrito hacia finales de los años setenta o comienzos de los ochenta, momento de la apócrifa edición original norteamericana. Al menos, a esa altura he intentado colocarme yo para escribir.

5-.Abundan en la novela las reflexiones y referencias acerca de la escritura de Edgar Allan Poe y el mecanismo de creación-desesperación literaria como síndrome de abstinencia. ¿Por qué el énfasis en la morfina (equiparable a la escritura, de ser así) como metáfora de la anestesia y la compasión?

En principio, la morfina aparece como una herramienta de salvación, el buen samaritano químico. Algo que pone a salvo de la experiencia de la guerra. La literatura parece perseguir esa misma virtus curativa, Caplan narra con la intención de perdonarse, de curarse, pero tanto la literatura como la morfina tienen tanto de curación como de tortura, redimen y condenan. Creo que esa es la gran ambigüedad que preside el libro, personalizada en el adolescente Han Dong Sun.

6-.Me interesa conocer cómo combinó la sofisticación en la estructura de la novela, con la limpieza y efectividad poética del lenguaje, que por cierto, es casi anglosajón. Es un castellano telegráfico, certero, perfecto, poético.

Me alaga oír ese análisis. De alguna forma, fui descubriendo que escribir ELDM implicaba desprenderme de mis propios giros de voz para plegarme a los imperativos de la novela.Me di cuenta pronto de que le intentaba tirar el pulso a un texto arisco e intratable, que tenía que plegarme yo a sus exigencias, y no él a las mías. La estructura es el resultado de una decena de "reescrituras" y recombinaciones, hasta dar con la que considero más adecuada. Y cuando digodecena no exagero ni un ápice. La redacción del texto como tal no me llevó más de nueve meses. Los otros dos años y medio de trabajo han sido de organización estructural y limpieza, pulido del lenguaje, un desplazamiento desde mi voz a una voz apócrifa, en lengua inglesa. De hecho, El ladrón de morfina es una revisión de dos de las grandes novelas de la tradición anglosajona: la primera es Lolita y la otra, El corazón de las tinieblas. No por azar, el autor apócrifo de El ladrón de morfina se llama Kurt (de segundo nombre), en recuerdo del Kurtz de la novela de Conrad. Mi deseo era darle una segunda vuelta de tuerca a El corazón de las tinieblas, lo que implicaba darle una segunda vuelta de tuerca a Apocalypse Now!.

 

7-.Le pregunto ahora a usted. ¿Qué es más poderoso: el rifle o la máquina de escribir? ¿El remington o la Remington?

Esa es una pregunta terrible. Lo más poderoso es la máquina de escribir al servicio del rifle. Es decir: la alianza que suele darse en todo conflicto bélico.

8-.Esta pregunta ya es una golosina. ¿Cuál es la importancia del símbolo de la bombilla de tungsteno en la novela?

Es una metáfora de la obsesión. Uno de los paratextos remite a la historia (real) de una bombilla que lleva encendida más de cien años en Livermore, California. Que sean varios los personajes que desfallecen bajo su luz es otra de las claves simbólicas del libro. Al final, El ladrón de morfina tal vez no sea más que un relato sobre distintas formas de obsesión y de adicción.
  

 

Entrevista en El Día de Córdoba

Entrevista en El Día de Córdoba

"La antología ’beatle’ ha sido una fuente de ilusión y diversión"
El novelista, cuya nueva obra está a punto de llegar a las librerías, es el coordinador de la singular selección de cuentos sobre el grupo publicada por Páginas de Espuma
ALFREDO ASENSI / CÓRDOBA

Andrés Neuman, Rodrigo Fresán, Javier Fernández, Salvador Gutiérrez Solís y Fernando Iwasaki son algunos de los escritores que aportan textos a 22 escarabajos. Antología hispánica del cuento Beatle, un homenaje literario al grupo de Liverpool publicado por Páginas de Espuma. El coordinador de la obra es Mario Cuenca Sandoval (Sabadell, 1975), profesor de Secundaria en Córdoba y cuya novela El ladrón de morfina (451 Editores) está a punto de llegar a las librerías.

-Los Beatles como inspiración literaria. ¿De dónde parte la idea?

-Tenía entre manos una novela sobre el álbum Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band. Durante un par de años me documenté sobre este álbum porque quería recrear su proceso de grabación y producción. Al final, el proyecto no cuajó. Eso sí, publiqué un cuento inspirado en los Beatles y entré en contacto, gracias a él, con otros escritores latinoamericanos como Miguel Antonio Chávez, con quien había coincidido en una antología preparada por Claudia Apablaza. Curiosamente, su cuento también recreaba el Sgt. Pepper’s, sólo que en un plano de ultratumba: el más allá como si fuera el Club de los Corazones Solitarios del Sargento Pimienta. Entonces se encendió la bombilla. Sabía que los Beatles eran una banda con mucho predicamento en el mundo literario, pero no sabía que existiera una auténtica comunidad secreta de beatlemaníacos. Es un honor haberlos reunido por primera vez.

-¿Cómo fue la selección de autores y relatos?

-Desde el principio era consciente de que había que ceñirse al ámbito de habla hispana, de lo contrario el proyecto resultaría inabarcable. Así que me puse en contacto con el que iba a ser uno de los ángeles guardianes de la antología, Andrés Neuman, quien a su vez me remitió a otros autores tan beatlemaníacos como él. La condición era que a su reputación como cuentistas tenían que sumar una declarada beatlemanía. Algunas incorporaciones de autores de primera línea se consiguieron con el libro ya casi en imprenta, creo que por la sola razón de que les entusiasmó el proyecto. Sólo puedo decir que la antología ha sido una verdadera fuente de ilusión y de diversión para todos, desde la recluta de los autores hasta las presentaciones del libro, que están consistiendo en auténticas fiestas, con música en vivo incluida.

-De los cuatro integrantes del grupo, ¿cuál sale mejor parado?

-Sin lugar a dudas, John Lennon, tal vez porque, como algunos han dicho, Lennon se ha convertido en una especie de "santo mártir de la causa pop". La inmensa mayoría de los relatos lo eligen como protagonista, muy por encima de McCartney. Y en cuanto a los otros dos componentes de la banda, sólo hay un relato protagonizado por George Harrison (firmado por Raúl Pérez Cobo) y otro por Ringo Starr (un clásico de Leopoldo Marechal, el cuento más antiguo, de hecho, incluido en la antología, el que inaugura el género Beatle).

-¿Y qué canciones están más presentes?

-Hay un relato basado en Julia, de Lennon (Care Santos), otro que gira en torno a Michele (Hipólito G. Navarro), sobre Lucy in the Sky with Diamonds (Marcelo Figueras), Dear Prudence (Pilar Adón), A Day in the Life (Javier Fernández), pero podría hablarse más de álbumes que de canciones: Revolver, Sgt. Pepper’s y el Álbum blanco son los que tienen más presencia. Otro de los relatos, el de Leonardo Aguirre, está escrito en spanglish, a partir de fórmulas, versos y títulos de canciones de los Beatles.

-¿Hay mucha fantasía en estos relatos?

-Así es. Algunos relatos se desenvuelven en el género de la ciencia ficción (Leopoldo Marechal). Hay incluso un relato de fantasmas (Patricia Esteban Erlés), uno que se desarrolla en una atmósfera de capa y espada (Javier Fernández), un manifiesto marxista-lennonista (Xavier Velasco), etc. Otros relatos se inspiran en leyendas urbanas, como la que asegura que Paul McCartney murió en el 68 y que el que todos conocemos es un doble exacto llamado William Campbell.

-Finalmente, ¿qué encontrará el lector en El ladrón de morfina?

-Es muy difícil de sintetizar. Mi propósito inicial era escribir una novelita bélica de kiosco, tipo pulp, ambientada en la Guerra de Corea. Que un escritor español escriba sobre la Guerra de Corea se parece a lo que los italianos hicieron al apropiarse del western con su spaghetti western. Por eso me interesaba tanto el aspecto visual del libro; en 451 Editores han hecho un trabajo magnífico en este sentido, desde el diseño de cubierta hasta las ilustraciones interiores. Ahora bien, esa es sólo la carcasa. Creo que en la novela la guerra es sólo un pretexto para reflexionar sobre otros temas: la obsesión, la adicción, la necesidad de redención o de cura moral. Creo que El ladrón de morfina viene en un envoltorio bélico pero se mueve en un nivel de reflexión muy espiritual, si se me permite un término tan solemne. A finales de marzo estará en la calle.

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