Reseña en El periódico de Catalunya
A cargo de Ricard Ruiz
Como Manuel Vilas, como Agustín Fernández Mallo ¿y no es casual¿, el cordobés nacido en Sabadell Mario Cuenca Sandoval es un poeta transmutado en novelista posmoderno de referencia. Lo demostró en el 2007 con Boxeo sobre hielo y lo está demostrando de nuevo, lejos del foco nocillero, con El ladrón de morfina, espléndida, hipnótica, exigente y alucinada revisitación del horror de Joseph Conrad, sampleado a partir del Apocalypse Now de Coppola y el Árbol de humo de Denis Johnson; una novela de fondo bélico cuyo tema central es la estructura, sus múltiples juegos estructurales. Un preciso y delirante ejercicio de suplantación, con Cide Hamete Benengeli al fondo, que presenta la novela como la traducción de un soldado elocuentemente llamado Samuel Kurt Caplan, y luego la remata ampliando la mascarada con invitados como Unamuno, Nietzsche, Sloterdijk y hasta Radiohead.
Pero Cuenca Sandoval es poeta, buen poeta. Así que nada de batiburrillos aparentes, de sucedáneos experimentales para dar gato por iPod. Las cinco partes de El ladrón de morfina pueden aparentemente renunciar a la trama, sustituir a personajes en plena peripecia por peripecias que se alimentan de personajes, aprovechar incluso para hablar del nacimiento del gas de la risa o la bombilla de tungsteno que lleva nueve décadas sin apagarse. No importa. La precisión de su ritmo y su lenguaje, sus inusuales recursos, el alcance de sus reflexiones sobre el uso y abuso de las drogas en las guerras o la potencia de pasajes como el dedicado al niño y el herido que se aman tras inyectarse hacen que todo en esta elaboradísima novela encaje de forma insospechada.
Luego podrá decirse que se desarrolla en la guerra de Corea, y que los protagonistas son un colombiano que parece un ángel y el recluta Flaco Bentley, y podrá hablarse del pulp, de la combinación qwerty y de las nieves que no dejan de aparecer en el relato. Podrá debatirse qué hay de bueno y qué de interesante en lo leído, pero el efecto será el mismo en cualquier lector no adicto al simple entretenimiento, el mismo que lleva ¿por citar tres pilares clásicos del texto¿ del síndrome de abstinencia de Poe a los horrores de Kurt y las abismadas razones de Nabokov: la obsesión. En este caso, por seguir leyendo a Cuenca...
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