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mario cuenca sandoval

Reseña de El ladrón de morfina, por Manuel Moyano

Reseña de El ladrón de morfina, por Manuel Moyano

 

Fiebre y palabras
 

Diario La Verdad

15.05.10 - MANUEL MOYANO

El barcelonés Mario Cuenca Sandoval (Sabadell, 1975), residente en Córdoba, donde imparte clases de filosofía, tal vez posea una de las voces más sugestivas y rompedoras del panorama narrativo patrio. Lo demostró con su primera novela, ’Boxeo sobre hielo’, y lo confirma ahora con ’El ladrón de morfina’, que comparte con la anterior un modo peculiar de contar y cierta querencia por los personajes desubicados.

En un juego de metaficción, la novela es presentada como obra de un tal Samuel Kurt Caplan y está ambientada en la guerra de Corea, en los inicios de la década de los 50 del pasado siglo. Sus principales protagonistas son Willard Bentley, alias El Flaco, un recluta criado en la bucólica Jericho (Vermont), y el colombiano Wilson Reyes, especie de figura mítica sobre la que descansa el peso de todo el libro: un gigante pelirrojo y semialucinado, con «un perpetuo gesto de estupor ante la realidad», cuya desaparición en combate desencadena la acción.

No hablamos, en cualquier caso, de una novela típica, con su principio, nudo y desenlace. El ’modus operandi’ de Cuenca Sandoval no aspira tanto a contar una historia como a crear un estado de ánimo en el lector, una especie de trance como el que alcanzan los derviches en plena danza. Lo sugiere el propio narrador en esta reflexión: «Eso mismo (…) les ocurría a las palabras en el cajón de la fiebre: la fiebre las sacudía como cubiertos, las desbarajustaba, les sacaba brillo. Algunas permanecían en su puesto y otras bailaban de significado, luminosas. Eso les hacía la fiebre a las palabras. La fiebre debería ser objeto de estudio de los gramáticos y no de la medicina».

El tono de ’El ladrón de morfina’ tiene, por tanto, algo de delirio francisfordcoppoliano (si el neologismo es admisible), porque la prosa de Cuenca es poesía, poesía de la pesadilla, de lo atroz, de la extrañeza ante el hecho de ser hombres, «animales que deliran y se creen ángeles».

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