Unas semanas atrás, el crítico español Santos Sanz Villanueva daba cuenta de la existencia de un "movimiento modernizador de nuestra novela" entre cuyos autores mencionaba a Agustín Fernández Mallo, Manuel Vilas, Robert Juan-Cantavella y otros; también destacaba que ese movimiento es más amplio de lo que creía pero asimismo insinuaba cierta sorpresa por el hecho de no haber sabido "nada" de Mario Cuenca Sandoval, "cuya novela El ladrón de morfina lo sitúa en esa órbita innovadora, hoy por hoy de frutos más innovadores que logrados".
El ladrón de morfina tiene lugar durante la Guerra de Corea de 1950 a 1953 y gira en torno a las peripecias prácticamente oníricas de un puñado de personajes entre los que se cuentan un colombiano asalariado en el ejército estadounidense, un médico coreano y su mujer que curan a los participantes en el conflicto sin preguntarles a qué bando pertenecen y finalmente acaban pagando por ello y un niño que roba morfina para el médico. Aunque abundan las páginas en las que el autor describe las acciones bélicas con un lenguaje que debe mucho al tratamiento de la guerra en las artes audiovisuales, la guerra que narra en su obra es más interior que exterior y sus efectos son más terribles y duraderos en la subjetividad de los personajes; allí también, provocan transformaciones importantes y cambios bruscos que tienen poco que ver con la guerra sin sentido que rodea a esos personajes y en la que la conquista de una población insignificante es seguida por su reconquista por parte del bando rival y nada parece cambiar realmente, excepto que algunos mueren y otros viven un tiempo más.
Sanz Villanueva sostiene que la obra contiene "exploraciones diversas acerca de la hermandad, la ternura, la compasión, el sexo, la esperanza, la muerte, la culpa, la ideología" pero la principal indagación aquí (también mencionada por el crítico) es la de la identidad y sus juegos de espejos: ¿quién escribe este libro? ¿Quién es realmente su supuesto autor, el artista plástico y escritor S. K. Caplan, creador también de un arte infográfico algunas de cuyas obras son reproducidas en el libro? ¿Quién es el Flaco Bentley? ¿Es William A. Bentley, el fotógrafo de los copos de nieve? ¿Y cuál es su contribución a la escritura de este libro? ¿Quién escarba los túneles en los que se refugian los protagonistas? En la exploración de esos aspectos radica todo el interés que el lector puede encontrar El ladrón de morfina, que Sanz Villanueva califica de "novela exigente", que "requiere esfuerzos excesivos de lectura" y posee una "dimensión demasiado abstracta, que lastra la anécdota, mortecina, y a los personajes, de insatisfactoria caracterización"; contra estas objeciones, que quizás sean excesivas, vale la pena sostener que El ladrón de morfina está narrado con un muy meritorio aliento poético que, aunque no es ajeno a ciertos tópicos, a veces entrega párrafos de gran plasticidad:
La señora Kim le explicó al doctor, mientras él le tomaba la tensión [...], que aquellas tal vez fueran voces de muertos, de soldados fantasma que marchaban hacia la aldea, dispuestos a dar término a alguna misión en la que fracasaron, algo que no pudieron concluir, [...] soldados de cuello larguísimo, soldados cuya cabeza giraba trescientos sesenta grados alrededor de su cuello, con las cuencas de los ojos vacías, cantando al unísono porque en la muerte, aseguró la señora Kim, todas las voces son una sola voz, porque todos los fallecidos piensan con un solo pensamiento [...] (96-97).
Vale la pena mencionar también, pienso, que la de El ladrón de morfina es una apuesta arriesgada y, por lo tanto, valiosa. Quizás su dificultad provenga del hecho de que la primera de las cinco secciones que componen el libro es la más larga y menos interesante; un error que hubiera podido subsanarse desplazando la información narrativa contenida en ese apartado a los otros dos sin que la novela hubiese perdido en unidad. Más allá de esto, y de las objeciones planteadas por Santos Sanz Villanueva, El ladrón de morfina es una obra meritoria, que probablemente lleve al lector a profundizar en la obra de su autor, por ejemplo en sus libros de poesía Todos los miedos(Renacimiento, 2005), El libro de los hundidos (Visor, 2006) y Guerra del fin del sueño (La Garúa, 2008) y sobre todo en su novela Boxeo sobre hielo(Berenice, 2007), una obra valorada por algunos de los lectores más inteligentes del momento. El ladrón de morfina probablemente lleve también al lector a interesarse por el futuro de Mario Cuenca Sandoval, que sospecho que será el futuro de la literatura española.
Mario Cuenca Sandoval
El ladrón de morfina
Madrid: 451 Editores, 2010
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