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mario cuenca sandoval

reseña en Ymálaga

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El traductor del traductor

Carlos Pérez

Curiosa e innovadora obra maestra. Nada más abrir la novela asistimos a la actualización de un recurso clásico utilizado en nuestra literatura para asentar la verosimilitud y asegurar cierto distanciamiento, pero en esta ocasión el autor declara algún mérito propio aparte de simplemente reproducir unos papeles encontrados: dice ser el traductor a Español de la novela publicada en Inglés por uno de los personajes, el teniente Caplan. Cuenca Sandoval, además, va tejiendo una red intertextual de referencias y citas a pie de página que contribuye a disociar realidad y ficción, pero dentro de la ficción, pese a lo cual -y esto es un valor añadido- el lector no intuye que la sorpresa final será de naturaleza metaliteraria.

Transcurren los primeros años cincuenta del siglo XX en la guerra de Corea. La crudeza de las imágenes nos lleva al territorio mítico de sangre, trincheras, odio y muerte que muchos afortunados sólo conocemos a través de las películas norteamericanas. El refugio en sustancias estupefacientes se hace necesario en muchos momentos para poder superar los estados de angustia en base a las dosis de irrealidad que hacen posible la enajenación y la embriaguez. Poco a poco van introduciéndose los personajes centrales, el flaco Bentley, Wilson Reyes, el matrimonio Goh, Han Dong-Sun, Qwerty Caplan. La estructura de avances y retrocesos, con repeticiones y cambio de voces narrativas, nos va presentando situaciones parciales que encontrarán más adelante una explicación más completa, como en una especie de cadena trófica (la mosca, el camaleón, la serpiente...) en la que el peso aplastante de la guerra fuera devorando cada vez más ilusiones y esperanzas.

Se suceden múltiples guiños en esta novela concéntrica que nos dibuja la guerra al igual que el símbolo del tanque queda dibujado con las teclas de la máquina de escribir Remington (su tecleo repetido y lineal persigue al teniente Caplan hasta en su apodo de Qwerty). La miserable y paradójica muerte por inanición que se reserva para el flaco Willard Bentley, encerrado en un implacable refugio que será visitado por turistas en el futuro, nos recuerda la de alguien enterrado en vida, como en un cuento de Poe, ese autor -tan presente en la novela- que supo traducir al lenguaje de la literatura los efectos del éter y el láudano, y que nos trae de la mano la referencia a Baudelaire (otro traductor de un traductor).

 El estilo de Cuenca Sandoval incorpora las reflexiones y las descripciones, las acciones y las disquisiciones, en el flujo de un mismo torrente narrativo. Únicamente aparecen en las páginas 187 y 230 los clásicos guiones para ordenar el diálogo, como vestigios de una convención civilizada, anterior a los desórdenes y la vorágine de la guerra, y un paréntesis de delicadísima belleza se aparece en medio de tanta desolación bélica con el breve capítulo dedicado a Snowflake Bentley. La acción retrocede algunos años para presentarnos a Wilson Bentley, un personaje que se llama igual que Reyes y se apellida igual que Willard, un hombre obsesionado con atrapar la belleza efímera de los copos de nieve y explicarse los designios del universo -es decir, de lo único y lo diverso- , alguien que vive en su remota madriguera entre las nieves de Vermont (su lado Bently) y que sin embargo levanta al cielo su mirada buscando descifrar la perfección de lo celeste (su lado Wilson). Un fragmento en el que Cuenca Sandoval nos muestra sus armas de poeta.

Una novela redonda, que confirma el hallazgo que supuso la aparición en 2006 de ’Boxeo sobre hielo’. Para mi gusto, sólo le sobran los cuatro últimos fragmentos del último capítulo (del 32 al 35), pues la elipsis es un instrumento que permite al escritor dejar al lector saboreando, en efecto, la fuerza del final como un instante único sin tener que destripar las interioridades del laberinto narrativo ideado por él, al igual que el mago puede dejar la estupefacción del público en todo lo alto sin tener que recurrir al final a explicar dónde estaba el truco.

Con todo, si algún personaje queda después de esta lectura, si se afirma algún descubrimiento con voluntad de permanencia y seguimiento, no se trata del flaco Bentley (de Jericho, Vermont), del ángel pelirrojo Wilson Reyes (de Bogotá, Colombia), o de otros igualmente entrañables como la señora Goh o el muchacho Han Dong-Sun (el ladrón de morfina al que se refiere el título), sino del verdadero escritor, el traductor del traductor, Mario Cuenca Sandoval (de Sabadell, Barcelona), todo un personaje que, si se cruzara de pronto con Caplan cualquier noche de estas a la salida de algún tugurio escondido y maloliente, si se topara inesperadamente con ese traficante, ese pederasta, esa momia tramposa, ese superviviente sin moral, no debería desaprovechar la ocasión de acercarse para susurrarle al oído: "Tú tampoco existes".

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