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mario cuenca sandoval

Los hemisferios en ABC

Los hemisferios en ABC

Cuenca Sandoval, animal literario

Andrés Ibáñez, ABC Cultura, 08/02/2014

 

Con su tercera novela, Mario Cuenca Sandoval confirma su maestría al mezclar realidad y ficción.

 
Mis sensaciones al leer Los hemisferios son contradictorias. ¿Hacia dónde va la obra de Mario Cuenca? ¿Se está abriendo o se está encerrando en sí misma? Su primera novela, Boxeo sobre hielo, le valió el Premio Andalucía Joven de Narrativa 2006. Se trata de una obra apasionante y sorprendente, escrita con un estilo refinado, tenso, rotundo, que posee la transparencia cristalina que asociamos a la literatura de la pos-posmodernidad. Cuenca se mostraba en esta novela no sólo dueño de un lenguaje y de un ritmo perfectos, sino también de una forma personal de ver la realidad.

 


Ladrón de morfina

 

La obsesión con las drogas ya estaba presente en esta novela, junto con la técnica de mezclar la ficción con el relato de hechos reales (en esta novela la aventura de Thor Heyerdahl y la balsa Kon-Tiki, entre otras) y la técnica intermedia de crear hechos históricos falsos: en este caso una especie de secta o iglesia psicodélica surgida en España en los años 60.

La segunda novela, El ladrón de morfina, se movía hacia un escenario decididamente exótico y limitaba la riqueza de sugerencias de la novela anterior. Las tres técnicas o vías narrativas volvían a aparecer: la historia novelesca del ladrón de morfina situada en la guerra de Corea, las historias sacadas de la Historia (la de “Copo de Nieve” Bentley, el hombre que logró fotografiar los cristales de nieve) y las falsas historias, que se hacen pasar por hechos reales pero son imaginarias. La novela es impecable, y a ratos asombrosa, pero tiene un problema que va más allá de la técnica y que tiene que ver con la imaginación y sus leyes.

¿Cuánto es posible inventar? ¿Sobre qué es posible escribir? ¿Es posible escribir sobre algo de lo que no se tiene experiencia directa, por ejemplo sobre la guerra de Corea? La respuesta es que no (la verdadera respuesta es esta: sí, pero no durante mucho rato). Rilke lo dice en Malte: “No es posible inventar nada”: no es posible escribir sobre aquello de lo que no se tiene experiencia.

 

Islandia de la mente 

Los hemisferios es una gran novela. Está escrita con mano maestro por un auténtico animal de la literatura. Las tres líneas aparecen de nuevo: la narración, los hechos reales (una línea que tiene que ver con Vértigo, de Hitchcock) y la historia inventada (la Isla Mística, el país más septentrional de Europa, una especie de Islandia de la mente). Aparecen también las drogas, la “danteína”, aque aumenta la lucidez del que la toma, una vieja obsesión de Cuenca, y hay un curioso homenaje a Rayuela, de Cortázar.

Dos novelas, dos hemisferios, o una novela doble. ¿Qué falla? La sensación de que el narrador no escribe su novela a partir de la vida, sino a partir de ideas sobre lo que debería ser su novela. La sensación de algo muy bien hecho pero que no responde a una necesidad prfounda y conmovedora.

 

Los hemisferios en Babelia, El País

Los hemisferios en Babelia, El País



Lluís Satorras,   1-3-2014

 Un accidente de automóvil. Una mujer ¿sin ombligo? es la víctima cuyo cuerpo rompe el parabrisas del otro coche, un cuerpo sin vida, seccionado y sangriento. Un suceso inicial similar al big bang como lo sugiere la numeración ordinal e inversa de los capítulos que siguen. Una tragedia que cruza la novela de arriba abajo. ¿Cómo remediar un hecho tan incontestable? Quizás como en Ordet, donde “la luminosa mirada de Dreyer” incluye una poética de la resurrección o como en Vértigo de Alfred Hitchcock donde la alquimia del maestro propone varias posibilidades (la concordancia entre ambas películas ya ha ocupado a algunos críticos).

Apoyándose en citas literales y algunas imágenes del libro que Eugenio Trías dedicó a la película de Hitchcock, la pericia del autor recrea la película en bien de la novela. Gabriel, el protagonista, y sus iguales (el Scottie del filme y Oliveira de Rayuela) “suspendidos del deseo, suspendidos de aire” avanzan hacia el encuentro con la mujer perdida y observan “los anillos en el tronco cortado de un árbol”.

La mímesis de la aventura contada en Vértigo es espectacular y agradecida hasta el final de la primera parte. Frente al populoso contenido de la primera parte, la segunda es ascética, relata un viaje apocalíptico, cada vez más fantástico, en escenarios desnudos procedentes de la cioencia ficción o el cine de terror. Al fin, lo que se impone es el estilo poderoso y compacto y decicido de Mario Cuenca Sandoval (Sabadell, 1975). Frases cortas, directas, conversaciones truncadas disueltas en el cuerpo del texto, reflexión y emoción poderosamente imnbricadas en la narración.

Cuando Gabriel alcanza su gran momento, la novela late con furia y presenta espléndidos pasajes que relacionan el oscuro suicidio que él evocara para siempre como un acertijo insoluble con tumultos ciudadanos originados por la muerte en el ruedo de un torero justo en la última corrida que se celebra en la ciudad que acaba de prohibirlas (el toreo cumple la función que ejercía el boxeo en una de sus anteriores novelas, Boxeo sobre hielo).

Después llega la purificación, una compensación. A “la carne llena de estigmas”, cicatrices y escoriaciones, sucede “algo nuevo, recién emergido del agua”, blancura y luz. El espíritu de Vértigo sigue presente. La “Gran Familia Pálida” (sospechamos que se trate de vampiros o revenants) protagoniza una segunda parte mś subjetiva en que nada es lo que parece con el objetivo de acometer el “Supremo Montaje”, término cinematográfico quizás utilizado para reunir los momentos importantes de la existencia.

Una expedición hacia el Círculo Polar que revive las sensaciones experimentadas por Gordon Pym en el libro de Edgar Allan Poe y las referencias al poderoso cráter de un volcán proceden directamente de Viaje al centro de la Tierra de Julio Verne. Mágica e indefinida, es reflejo de una primera parte más precisa y directa. Queda en manos del lector completar el sentido de todo el conjunto. No es una lectura fácil, pero sí una novela llena de pasión, enriquecedora y colmada de buena literatura”.

 

 

Los hemisferios en la Biblioteca Pública de RNE

Entrevista con Manuel Sollo para RNE.

                               "Los hemisferios", Cuenca Sandoval

Los hemisferios en Neville

Los hemisferios en Neville

Reseña a cargo de Victor Guillot y entrevista de Paula Corroto:

 

Las grandes novelas provocan un efecto devastador en los lectores, una sensación de extenuación, de extraño viaje hacia el vacío. Tras la última página de Crimen y castigo, La mansión o Viaje al fin de la noche sientes que lo siguiente es un desierto por el que uno camina perdido, sin indicaciones, sin señales, a la espera de que un oasis te permita procesar todo lo que llevas dentro. Esa sensación es la que se tiene cuando se terminan de leer las más de quinientas páginas de Los hemisferios (Seix Barral, 2014), la última novela de ese profesor cordobés, humilde, discreto y sabio, llamado Mario Cuenca Sandoval, quien se ha dejado prácticamente la vida escribiendo durante cuatro largos años este gran relato que a nadie debe pasar inadvertido.

El titular de la entrevista que publicamos hoy condensa muy bien el propósito último de Mario Cuenca Sandoval: responder qué papel juega la cultura en un mundo sobrerrepresentado, donde el símbolo es más intenso y más extenso que la realidad reflejada. No debemos demorarnos contando la historia de Gabriel, el escritor y periodista que busca desesperadamente en el rostro de una mujer los gestos y el alma de otra anterior, siguiendo con sus palabras el curso del río cinéfilo que convoca a James Stewart, a Vértigo, a Hitchcock, entre los espejos y los laberintos de la ciudad del siglo XXI, para poner de manifiesto que la reescritura no es sólo un ejercicio literario, sino una enfermedad que germina en la mente de cualquier hombre. No es necesario tampoco detenerse mucho tiempo en la trama tejida a través de la presencia de su mejor amigo, Hubert Mariet Levi, ese director de arte y ensayo que parece ponerle a prueba desde la lejanía, dejando a su cargo a otra mujer con la única intención de que se abran las puertas del pasado para que entren y salgan todos los fantasmas. No hay nada más aterrador que saberse sin identidad. ¿La tienen los fantasmas? Tampoco podemos describir con meticulosidad quién es María Levi, quien trata de resolver su propia identidad y la identidad de quienes vivieron con ella en ese purgatorio frío e inerte que es Isla Mítica. Porque a simple vista todos se confunden y todos se distinguen, todos se reconocen en algún momento y todos se distancian en muchos otros y, en cualquier caso, la palabra, el símbolo y la idea se convierten en el demiurgo que los pone en jaque. Porque todos ellos viven en varios universos y, a veces, unos y otros colisionan.

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Imagen de Ordet (La palabra) de Carl Dreyer.

Hace tres años, Mario Cuenca Sandoval, Agustín Fernandez Mallo y yo analizábamos el papel del palimpsesto en la cultura audiovisual en un ciclo titulado Versiones y perversiones. Anatomía del palimpsesto. Convocados por el Centro de Interpretación del Cine en Asturias, los tres pusimos a prueba la naturaleza mutante del cine, pues, al igual que la literatura, es un eterno palimpsesto, un rehacerse continuo y constante que emulsiona ideas, tramas y arquetipos de una tradición determinada para dotarse de nuevas formas, nuevos códigos y nuevos contenidos, sin que el ADN de un supuesto original, mítico y romántico, se diluya entre las copias o sus derivados. Cada uno de los autores debía escoger una película. Agustín Fernández Mallo, lynchiano hasta la médula, apostó por Carretera perdida (David Lynch es el grand triturador de los géneros y Mallo es un enemigo de todos ellos). Mario Cuenca se inclinó por Vértigo. De entre los muertos, pues precisamente la película de Hitchcock trataba sobre uno de los temas que obsesionaba en ese momento al poeta y escritor cordobés. La reflexión que Vértigo contenía acerca del simulacro, de la copia, de la identidad, de los fantasmas y un venenoso complejo de Pigmalión, compuestos a través de un extraño y enigmático policial, formaba parte también de las obsesiones de Mario, un cinéfago que bebe de las fuentes del cine tanto como de la literatura cuando se pone a escribir. Entonces ya había comenzado a trabajar en Los hemisferios y ya tenía muy claro que se compondría de dos grandes relatos, La novela de Gabriel y La novela de María Levi, y que cada uno ellos sería un universo que se reflejaría sobre el otro. Lo que no había previsto hasta ese momento eran las consecuencias.

¿Pero es realmente Los hemisferios un juego de grandes espejos? Me gusta pensar que es un espacio narrativo en el que chocan o interfieren dos universos aparentemente paralelos. Dos grandes narraciones que se arañan recurrentemente ejerciendo un extraño derecho de injerencia. Una de las más formidables características de sus personajes es su elasticidad o su capacidad para transmutar. Esto implica un ejercicio de palimsesto no sólo hacia fuera (hacia el cine, mayormente) sino también hacia dentro, hacia la propia obra, que se reescribe sobre sí misma para alcanzar su plenitud, poniendo de relieve que la literatura puede ser un puzzle donde las mismas piezas pueden llegar a componer varias imágenes sin que las leyes de unas y otras se vean alteradas. De manera que los personajes yuxtapuestos en La novela de Gabriel guardan o conservan su esencia, por muy metamorfoseada que se quiera, en la otra, La novela de María Levi, transmutados en otros seres y otros anhelos, cierto, pero con los que guardan algo más que un aire de familia. Como los personajes de cómic, unos y otros son capaces de estar presentes en universos paralelos, mezclándose, interfiriéndose en sus correspondientes tramas, sin que por ello las reglas de una narración cedan a la soberanía de las otras. De manera que no importa que Huber Marie Levit, director de cine en La novela de Gabriel, sea una mujer fantasmática, un monstruo poseído por El Ansia, dispuesta a descodificar todos sus recuerdos en el purgatorio de Isla Mítica en la magnífica Novela de María Levi. De este modo, los protagonistas se estiran, se comban y transmutan tanto que, con gran naturalidad, abarcan todo tipo de miradas y de enfoques, dotando a Los hemisferios de una visión pluriforme que va de la tauromaquia al porno, del punk al thriller urbano, del lirismo neorromántico al terror posmoderno. Y en todos estos momentos hay un sólo Mario Cuenca Sandoval que usa la tercera, la segunda y la primera persona, como si evolucionara desde la distancia de un thriller de Hitchcock a un diario basado en el puro ensimismamiento de Tarkovski, sosteniendo el pulso de la narración a través de un ritmo marcadamente cinematográfico llevado hasta sus últimas consecuencias. En este largo viaje, el autor preserva la unidad de todo, a pesar del juego de divergencias y convergencias en el devenir de los protagonistas. De tal modo que Gabriel, Hubert o María Levit son siempre genuinos habitantes de sus universos non-sense (involuntario), que diría Adrián Sánchez Esbilla, ya sea en la Barcelona o París de los setenta, en el universo romántico y punk, en una captial hipertecnologizada, deprimida y sobrerrepresentada a través de cámaras y móviles, o en un limbo, un no lugar, atemporal, inerte, dantesco y milenario desde el que purgar los recuerdos del pasado. Todos ellos invitan al lector a reflexionar sobre la disolución de las personalidades y sus respectivas culpas a través de la mecánica de los simulacros.

Porque todo personaje es un fantasma que observamos y que nos observa, el eco de un pasado que vuelve y revuelve sobre sus propios pasos. Todos nosotros somos un personaje con vocación de protagonista que permanece grabado en nuestra memoria y que el tiempo, a medida que pasa, va distorsionando hasta convertirlo en otro. El tiempo es un genio a la hora de poner en marcha el palimpsesto. Y también, cómo no, todos nosotros somos una copia en un mundo de copias digitales, hiperrepresentadas hasta niveles infinitos, que borran la huella del hecho original, logrando distorsionar su significado inicial.

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Catherine Deneuve y David Bowie, en El ansia, de Tony Scott

Y ésta es una de las grandes cuestiones que plantea Los hemisferios. El valor real de la copia. A través de los dos relatos, se nos cuenta que el siglo XXI descubre una realidad hipertextual, donde la cultura del hombre comienza a ser una enfermedad antes que una herramienta. Hay quienes piensan que vivimos en un mundo fragmentado que no puede ser comprendido por la mente del hombre. Por lo tanto, debe haber algunas relaciones, injerencias entre pedazos de realidad grabadas en una piedra, representadas en un signo, transmutadas en vidas e ideas a través de uno o varios relatos que se muerden entre sí para logra conseguir un estado de unidad. Mario Cuenca ha creado dos mundos en una misma novela, presentados ante el lector perfectamente cerrados y acabados. Dos mundos enfrentados a la posmodernidad. ¿Acaso La novela de María Levi deviene de un mundo roto, el de La novela de Gabriel? Pensar así es hacerlo con un sentido nostálgico y funeral que nos invita a admitir su imperfección y por lo tanto, justificaría el dolor autoinfligido e incluso el suicidio de sus protagonistas.

En un mundo donde las cámaras lo registran todo, como dice María Levi, en el que todos se vigilan a todos, la información terminará por empantanar nuestra experiencia del mundo, la hundirá en el lodazal de lo que ni siquiera merece la pena nombrar. La era digital trae consigo una colosal masa de datos, de imágenes y sonidos aglomerada entre nosotros. Millones de datos condensados en un solo tiempo, una gran imagen del mundo repetida infinitamente, alterada, manipulada, mutada, cuya huella original no seremos capaces de distinguir, probablemente porque se ha consumido por el paso del tiempo. En su último libro, Después del cine. Imagen y realidad en la era digital, Ángel Quintana afirma que con el cambio de siglo lo que ha perecido definitivamente es el culto al valor de la huella como depósito de la verdad de la imagen. La facilidad para manipular la imagen digital ha logrado que podamos hablar de un cine sin huella porque ya no embalsama nada. Cuenca Sandolval traslada a la vida de unos seres enfermos esta idea. Hombres sin huella, mujeres sin huella, cuyo recuerdo ya no encierra nada. Sólo el dolor.

Entrevista en Noticias de Navarra

Entrevista en Noticias de Navarra

Paula Echeverría, Fotografía Oskar Montero - Miércoles, 12 de Febrero de 2014

"Invadir la realidad a este ritmo puede hundirnos en la superficie"

En busca de sentido vital para un mundo cada vez menos emocionado, Mario Cuenca Sandoval ha alumbrado ’Los hemisferios’. El escritor pasó ayer por el Foro Auzolan

 

Mario Cuenca Sandoval (Sabadell, 1975), ayer en la librería Auzolan de Pamplona.

 Acaba de ver publicada su novela "más personal", y la que, asegura, "representa de un modo más completo" su universo narrativo. Cuenca Sandoval plantea en Los hemisferios un reencuentro necesario con esa profundidad de la que estamos despojando al tiempo actual.

En ’Los hemisferios’ propone al lector un juego de reconocimientos, de relaciones y paralelismos. ¿No es en el fondo situarle en ese "delirio" de nuestro tiempo, del que deja constancia en la novela, que consiste en que hoy en día intentamos buscarle sentido a todo?

-Sí, hay algo irónico en la novela que tiene que ver con el hecho de que el lector de géneros, como la novela negra, suele reclamar que el autor ate todos los cabos por él, le exige una cierta pedagogía, que el autor explique el chiste, por así decirlo. Y en Los hemisferios lo que se plantea es que el lector se sumerja en un laberinto de espejos, y que sea él quien escoja cuál es la novela que le convence. Hay dos novelas que se reflejan la una en la otra, y hay una tercera novela, que es la que el lector construye por sí mismo al realizar elecciones.

En el fondo de esta obra late ese malestar de nuestra sociedad que viene por la imposibilidad de encontrar algo que nos satisfaga. ¿Le ocurre también eso como escritor?

-Sí, como escritor y como lector. En esta historia sí hay una sensación por mi parte de que estamos en una época con una serie de transformaciones sociales y tecnológicas que todavía nos generan más perplejidad que otra cosa.

Aludiendo a la primera cita de la novela, "Todo es espejo", de Octavio Paz, ¿cree así que toda escritura es una reescritura?

-Sí, es posible que, igual que los protagonistas aman a la misma mujer en distintas mujeres, estemos reproduciendo los mismos temas y las mismas peripecias pero en distintas circunstancias. En el fondo, el tema del libro es muy clásico, el descenso a los infiernos, y está también el mito de Pigmalión de crear a la mujer amada. Esa fue la semilla del libro, yo quería investigar, o reescribir, darle una vuelta de tuerca a esos temas, que están en la película Vértigo de Hitchcock, en Fascinación de Brian De Palma, y en muchas novelas y obras que se citan en la novela.

Si toda escritura es una reescritura, ¿qué papel juega la realidad en su literatura? ¿Es el motor, es la obsesión, la adicción...?

-Me interesa más la representación de la realidad que la propia realidad. Quizá por mi formación como filósofo, me interesa más cómo nosotros representamos el mundo y los discursos que hacemos sobre él, y cómo lo reproducimos en la ficción, que la propia realidad en sí misma.

Porque esas representaciones también construyen nuestra realidad.

-Claro, construyen nuestra identidad, lo que somos, y sobre todo lo que sentimos; esto es algo que no se suele decir, pero nuestra sentimentalidad también está hecha a partir de una serie de relatos comunes, de relatos compartidos, de recuerdos... El libro habla de eso también.

¿Piensa en la ’respiración’ del lector cuando escribe?

-Sí, sí, tanto a nivel de ritmo como de experiencia. Desde la propia música de las frases hay que ir proponiendo un ritmo de lectura que seduzca al lector y que lo coja de la mano, porque si no te soltará a la primera de cambio. Y también hay que saber contar y dosificar algunas experiencias terribles de las que se habla en el libro para que el lector respire entre una y otra, para que descanse en mesetas y quiera seguir avanzando. Si no, el camino sería demasiado tortuoso.

Y piensa en lectores intelectualmente activos, a los que les exige. ¿O es que nos hemos malacostumbrado, en la literatura y en la vida en general, a que nos lo den todo masticado?

-Yo respeto la pluralidad de intereses de los lectores, hay gente que lee best-sellers o literatura comercial que igual no exige tanto desde el punto de vista intelectual, y ni siquiera desde el punto de vista emocional, es decir, obras que se pueden leer invirtiendo menos atención y menos esfuerzo que en otras, más como un entretenimiento, y me parece muy bien. Igual que hay gente a la que solo le gusta la música para bailar. Lo respeto absolutamente. Pero como a mí no me interesa como lector ese tipo de literatura, sería más absurdo todavía que la propusiera como autor.

Sus personajes deambulan en un bucle, sin ver la salida. ¿Se siente así en este siglo XXI?

-Sí, un poco sí (sonríe).

¿Es una novela en realidad sobre la enfermedad de nuestro siglo?

-Sí. La novela empieza diciendo que la enfermedad del siglo XIX, un tópico de la literatura, era la melancolía, el Mal de Werther y esto del Romanticismo. El siglo XX ha sido principalmente, en lo cultural, el siglo del cine, de la representación cinematográfica del mundo; y ahora la pregunta es qué será el siglo XXI. Yo no arriesgo con una tesis, pero sí plasmo intuiciones. Y es muy sorprendente el modo en que ahora estamos cartografiando el mundo desde todas las perspectivas posibles, que si con Google Earth, con los teléfonos móviles... estamos invadiendo la realidad desde un millón de perspectivas, y me pregunto qué será cuando el mapa de la realidad sea mayor que la propia realidad.

¿Esa sobrerrepresentación no deja en cierta forma ’tapadas’ las emociones?

-Esa representación intenta ser un poco aséptica, intenta limpiar el mundo y deja fuera un montón de espacios que son más tenebrosos, más oscuros y que no queremos ver.

O nos los muestra pero en otras personas.

-Exactamente, mediándolo a través de la cámara. En esta novela pasa un poco como en el cine de Haneke, te pone ante los ojos cosas que no son apetecibles ni bonitas, pero son reales. El tema de la muerte: vivimos en una sociedad donde estamos extirpando y apartando ya totalmente la muerte de la experiencia cotidiana. El libro habla de esos puntos, de esa materia oscura que hay en nuestra existencia y que estamos tapando con los medios de comunicación.

¿Adónde nos lleva como sociedad esa sobrerrepresentación de la realidad?

-Yo espero que no sirva para que frivolicemos experiencias fundamentales como las que he mencionado, que no acabemos vaciando de contenido la experiencia vital, reduciéndola a una mansalva de anécdotas visuales y sin calado. Espero que no nos hunda en la superficie. Qué cosa tan paradójica, pero esto nos puede hundir en la superficie, en vez de en el fondo de las cosas. No digo que vaya a pasar, pero es posible...

¿Por eso escribe? ¿La literatura le permite, como dice en la novela, "salir al encuentro con fantasmas de este mundo"?, ¿con esa materia oscura de la vida?

-Sí, con todas esas cosas que hemos despejado de la experiencia cotidiana porque nos dan miedo, porque no nos gustan y con las que no queremos reencontrarnos, no tanto porque podamos verlo sino porque, como se dice en la novela, nos puedan ver a nosotros... eso es lo que más miedo nos produce.

Los hemisferios en Qué Leer

Los hemisferios en Qué Leer

reseña de Alberto Olmos

QUÉ LEER, febrero 2014

 

Desde sus primeros libros de narrativa, Mario Cuenca Sandoval se ha caracterizado por una prosa pulida y un fragmentarismo que no excluye la incorporación de citas textuales ni de elementos no verbales, particularmente dibujos o fotografías. Boxeo sobre hielo y El ladrón de morfina daban cuenta, además, del timbre filosófico y la armadura culturalista que habríamos de encontrar en una dicción literaria completamente insólita en nuestro panorama editorial y, al mismo tiempo, reacia como pocas a las servidumbres de lo que conocemos como el mercado.

Los hemisferios es la colosal rareza donde se despliegan con toda su insolencia estos modos de narrar y de entender el arte de la literatura. Nos encontramos, en rigor, ante dos novelas (no en vano, las dos partes del libro se titulan La novela de Gabriel y La novela de María Levi), pero hermanadas por la coincidencia de algunos de sus personajes y por el propósito -explicitado en una de ellas- de plantear una como el negativo o el reverso político-psicodélico de la otra. La estructura giratoria de la novela, donde todo parece ir al encuentro de un centro común imposible, es ya por sí misma de una belleza y de una elegancia espectaculares.

Todo esto no quiere decir que Los hemisferios sea una novela compleja, pero sí, desde luego, densa, pues las peripecias se cuentan con los dedos de la mano, frente a la abundancia de pasajes intelectuales y, mayormente, sentimentales, donde el autor hace referencia a numerosos pensadores franceses (Foucault, Barthes) y a un par de películas que amparan la dimensión fantasmagórica y sobrenatural de la novela: Vértigo y Ordet. En la segunda parte, además, se alcanza una depuración espiritual que apunta directamente hacia una religión laica.

Puede verse en Los hemisferios la voluntad de entroncar con el camino abierto por Rayuela, citada profusamente en el texto, y continuando por Roberto Bolaño (al que no cree haber visto como personaje en la segunda parte de la obra). Toda esa rabia juvenil, esa bohemia desmelenada, encuentra en Los hemisferios su continuación más radical, comprometida y mística.

Los hemisferios, reseña en El Cultural

Los hemisferios, reseña en El Cultural

(por Nadal Suau)

31/01/2014

 

Precedida por una expectación cuya onda expansiva iba tomando forma en las redes sociales, Los hemisferios es la tercera novela de Mario Cuenca Sandoval (Barcelona, 1975) después de las resonantes Boxeo sobre hielo (Berenice, 2007) y El ladrón de morfina (451 Editores, 2010). Coherente con ellas y al mismo tiempo novedosa, esta novela encabeza cada una de sus dos partes con citas de Octavio Paz (acompañado por Arreola y Borges), quien escribió que la analogía, es decir “la ciencia de las correspondencias”, “vuelve habitable al mundo”. No sé si el mundo creado por Los hemisferios es particularmente habitable, pero sí que está hecho de correspondencias, de conductos ocultos entre los dos lados del espejo o de múltiples espejos, que le dan una textura tan insólita como realista. Quiero decir, tan insólita como lo real.

Hay un accidente, dos amigos y una mujer deseada, escarificada, muerta (¿en este orden?) y tal vez resucitada por el poder de la memoria, la sugestión, la fe o la magia. Hay dos ciudades, una desdoblada París y Barcelona, sobre las que gravita esta sugerencia del autor en Boxeo sobre hielo: “toda ciudad, ¿no es una máquina de ordenar los fantasmas propios?”. Hay una isla mediterránea, citada, como otras geografías, según su código de aeropuerto (IBZ); hay también una isla volcánica expandiendo su mancha negra por Europa (revenant definitiva, nada ajena al centro de esta novela). Y hay una doble trama, al principio un thriller sin pistas y después una historia de vampiros sin gótico. Y presidiéndolo todo, está el cine, el gran vampirizador del siglo XX. O como escribe Sandoval, su gran enfermedad.

Si una reseña consistiera en proponer nuestro propio final cut, yo diría que la segunda mitad del libro necesita una poda, o que algunos de los nombres escogidos para personajes (Dante), drogas (danteína) o lugares (Nihilburgo), resultan demasiado obvios, incluso admitiendo el componente deliberadamente juguetón de su elección. Mezquindades, la verdad, frente a la prosa ductilísima de Sandoval, capaz de narrar o evocar o saltar hacia el pensamiento con una naturalidad densa, que agradecemos particularmente los lectores de narrativa americana. Y pienso en DeLillo, porque la primera parte de Los hemisferios nos obliga a leer como conspiranoicos, teólogos o tecnólogos.

Uno de los hilos conductores de Los hemisferios es el tópico cinéfilo consistente en contrastar Vértigo de Alfred Hitchcock con Ordet de Dreyer: por un lado, la pasión obsesiva en choque con los límites de lo posible; por el otro, la fe inconmovible, kierkegaardiana, en la repetición.

Afortunadamente, la arquitectura que Sandoval levanta en torno a este binomio no es unívoca: aquí se cruzan referencias a Tony Scott (el vampirismo vampirizado por el sfumato ochentero), al Tarkovski de Solaris y Stalker, o a Brian de Palma. Y si la primera parte sigue con cierta puntillosidad el modelo hitchcockiano, incluyendo citas extensas de Eugenio Trías, la segunda (supuestamente tocada de dreyerismo, y habría que preguntarse si Vampyr no está presente también) es más porosa, sin miedo a remedar Los pájaros (apoteosis catónica para Camile Paglia) o a comparar la expedición que narra con una “espiral” perfectamente musicable por Bernard Herrmann.

A un lado y a otro del espejo, Sandoval nos propone un juego que me recuerda a Mulholland Drive de David Lynch (y me parece oportuno citar esa película, aunque sólo sea por lo que tiene de giro en torno a Vértigo): se agitan los dados, y las mismas figuras adoptan relaciones, identidades y significados distintos. La tentación mutante y absolutamente pertinente es leer ese juego desde la teoría de cuerdas o la física cuántica, y bien está así. Pero, ¿y si estuviéramos ante un sueño, como Chris Marker sostenía sobre la segunda mitad de Vértigo? ¿O ante un pliegue de la memoria? ¿O ante un viaje provocado por esa droga naranja alineada por una tarjeta de crédito cuyo golpeteo recuerda “las teclas de una máquina de escribir”? En fin: la escritura proporcionando otro relato. No exactamente su doble, sino su reconfiguración y expansión.

Suficientemente romántica al identificar el temple de la naturaleza con el del espíritu; suficientemente posmoderna para acoger a Deleuze; delilliana al hablar de la “sobrerrepresentación”, el lenguaje o la pornografía; mítica y cinematográfica, arrebatada y calculada, finisecular como lo fue el ocultismo o lo es esa tecnología que sueña servir “a algo más grande que el hombre”, Los hemisferios es muy ambiciosa y está a la altura de su ambición.
 

'Los hemisferios' o cómo hacerse cortes en la piel con las páginas de una novela

'Los hemisferios' o cómo hacerse cortes en la piel con las páginas de una novela

(reportaje de Karina Sainz Borgo para Vozpópuli)

Su título engaña. No son dos partes de una misma cosa. Ni siquiera es una novela dividida o contada de dos maneras distintas. Se trata de dos realidades, ambas brutales, desaforadas y a su manera autónomas, que desembocan en una misma. Los hemisferios (Seix Barral, 2014), la nueva novela de Mario Cuenca Sandoval, narra una tragedia infinita que une a dos hombres en una potente carrera de desesperación y duplicidad. En sus páginas el dolor es un combustible, un trago vigoroso de gasolina. Que el lector arda es sólo cuestión de páginas, como si “prenderse fuego fuera un acto higiénico”, que diría uno de sus personajes. “’Los hemisferios está escrita como en una noche en blanco”, dice su autor. Una noche, sí. Una que ya ha durado cuatro años, los mismos que lleva escribiéndola.

Creada a la manera de “un fresco, de un enorme mosaico”, la historia arranca con un accidente. Disparada por el impacto contra un coche, una mujer -de la que no sabemos ni sabremos nada- atraviesa con su cabeza ensangrentada un parabrisas. Su muerte es el primer episodio de uno mayor. Dos hombres –entonces dos chicos acostumbrados a hacer el amor, siempre, con la misma mujer- viajan en el vehículo que ha ocasionado el desastre: Gabriel y Hubert Mairet-Levi. Se separarán siendo aún demasiado jóvenes; en los años que transcurren antes de su encuentro, tendrán en común a esa mujer muerta y a las muchas otras con las que se acostaron.

Su título engaña. No son dos partes de una misma cosa. Ni siquiera es una novela dividida o contada de dos maneras distintas.

Unidos por una tragedia circular, una que continúa en el tiempo y a la que se sumará otra, Gabriel, el chico que iba al volante durante el choque -ya convertido en crítico y novelista-, narra su reencuentro Hubert Mairet-Levi, entonces reconocido cineasta que regresará a su vida con una misión: hacer el guión de una película sobre un torero y una más -la verdadera misión-, cuidar a una mujer cuyo único objetivo es quitarse la vida, de la peor manera posible. Esta  es sólo una parte, la primera  de una historia que se desenvuelve en el  París de los 80 y  la Barcelona de la Transición y que lleva por título La novela de Gabriel. A esa sigue una segunda, La novela de María Levi, narrada por la voz de una mujer (María) que, como Gabriel, le habla a sus recuerdos. Se trata de alguien que no sabemos si vive o muere; algo que parece el trasunto femenino de Hubert-Marie Levi y cuya historia –construida con planos y cambios bruscos de perspectiva- se desarrolla en una isla nórdica.

No es una misma historia contada de manera distinta, es mucho más

Ambas novelas transcurren en capítulos breves -numerados como los meridianos del globo terráqueo- y están separadas entre sí por un capítulo cero que no existe. No son la misma historia contada de forma distinta, no. Son dos universos con puntos comunes que se tocan; puntos de fuga, quizá, en el que personajes que parecen los mismos ponen en marcha arquetipos que le son comunes a todos: el dolor, la destrucción, la enfermedad, la obsesión. “El lector decide dónde confluyen las dos historias. La novela de María comienza donde quedó la de Gabriel: en una huida. Ambas existen como reescritura de la anterior. Suponemos que todas las claves de una están en la otra y no es así”, explica Mario Cuenca Sandoval, un escritor nacido en Sabadell pero que ha fijado su residencia en Córdoba, ciudad en la que imparte clases de filosofía.

Las afecciones mentales, el suicidio y la autolesión forman las aguas que empujan este libro. Es sin duda una historia de la enfermedad. Pero… ¿Cuál de todas?

Cuenca Sandoval (Sabadell, 1975) se dio a conocer con una historia de golpes, acaso de personajes que son también dobles de sí mismos: campeones o derrotados, pegadores o sparrings. Se trató de Boxeo sobre hielo (Berenice, 2007), un libro que cautivó a lectores y críticos y demostró el potente narrador que había en Cuenca Sandoval; con ella ganó el Premio Andalucía Joven de Narrativa 2006. A esa siguió la magnífica El ladrón de morfina (451 Editores, 2010), una novela que transcurre en el corazón de la guerra de Corea y que confirmó el talento de Cuenca Sandoval, que ahora vuelve ambicioso, no sólo por haber dado el salto a un  gran sello, sino  porque lo hace cargado de un aliento con el que insufla vida a un artefacto narrativo que lastima, que hace daño, que rasga la piel tiernita del lector reflejado en el juego de espejos. En una historia en la que habrá de quebrarse el cristal del espejo, cualquier reflejo sirve para hacerse cortes en la piel. Herida-lectura.

Los hemisferios defiende la idea de que "toda historia es una reescritura". Las afecciones mentales, el suicidio y la autolesión forman las aguas subterráneas que empujan este libro. Es sin duda una historia de la enfermedad. Pero… ¿Cuál de todas? “El cine era la enfermedad del siglo, como la melancolía había sido el mal del siglo anterior”, puede leer el lector en las primeras líneas. La imagen como afección está presente en toda la historia, ya sea de manera metafórica o expresa. Las referencias al cine –como en las anteriores novelas de Cuenca Sandoval- son fundamentales: en la primera parte, Vértigo de Alfred Hitchcock, propone al lector una trama –seguir, vigilar a una mujer poseída acaso-  y en la segunda, La Palabra (Ordet) del danés Carl Dreyer, una película que explora también a su manera la locura, al discordia. “Los personajes padecen la afección de la representación. Van desde esa gravedad, esa tendencia a caer en la melancolía propia del romanticismo, pasando por la representación que supone el cine,  hasta el malestar que produce el siglo XXI, con ese sin fin de copias, símbolos”, explica Cuenca Sandoval.

¿Por qué nadie quiere vivir?

Algo empuja al lector a preguntarse: ¿por qué no quieren vivir los personajes de Cuenca Sandoval..? ¿Por qué? La respuesta, aunque parezca, no la tiene el autor, sino el lector. “Los personajes están condenados. Y en ese círculo en el que están atrapados, cada uno busca una diagonal, una tangente por la cual escapar de esa condena. Lo que nos fascina tiene un efecto de atracción y otro de rechazo. Esta novela es un mosaico de ese proceso, un juego de espejos donde el lector termina por verse reflejado”, aclara en una desigual y extraña entrevista-conversación con Vozpópuli el propio Cuenca.  

Algo empuja al lector a preguntarse. ¿Por qué no quieren vivir los personajes de Cuenca Sandoval? ¿Por qué?

La crítica ya ha hecho algunos apuntes a la ejecución literaria de Cuenca Sandoval en ’Los hemisferios’. En una novela titánica, ciclópea, furiosa, la diferencia entre La novela de Gabriel y La Novela de Marie Levi, desconcierta. Exige del lector un esfuerzo todavía mayor al pasar de una historia en apariencia lineal a otra –casi autónoma- que extiende el resultado total hacia una estepa más árida y vertiginosa; más afilada, más cortante.  Sobre ese mismo asunto, escribió el crítico  Vicente Luis Mora, en la reseña que hizo del libro en su blog de lecturas, que existía acaso una falsa asimetría entre ambas. “Mientras que La novela de Gabriel está perfectamente compensada y construida, manteniendo un altísimo interés y enorme calidad a lo largo de 270 páginas, La novela de María Levi se levanta sobre una estructura muy monótona, alternando escenas del presente y el pasado por turnos, y su contenido es a veces sobrante y repetitivo”, escribió.

A la pregunta sobre si tal lectura es acertada y al solicitar su propia opinión sobre un libro extenuante y de tan distinto registro, Cuenca Sandoval deja la palabra final en manos del lector. “El reto de este libro es que tenemos que olvidarnos de la idea muy occidental de que hay un tronco de sentido y que todo debemos colocarlo a su alrededor. La novela es un fresco”, insiste.

Encerrarse en una pelea sobre la estructura de lo que escribe Cuenca Sanvodal, distrae. Nada tiene que ver esta novela con el gusto. No puede ser buena mala. No es cuestión de que guste o no, porque no deja espacio para decidirlo. Esta es una novela inevitable, como los incendios, las heridas o la vida -acaso también su total ausencia-. En Los Hemiferios, detrás de la manera de contar se esconde algo más potente y oscuro, ese lugar donde se encuentra la pulpa de casi toda la obra de Cuenca Sandoval: hombres y mujeres que viajan al abismo, que avanzan hacia él con la plena conciencia de no regresar jamás. La pregunta sería, acaso, ¿se los permite él?  “En todas mis novelas hay una obsesión por la salvación, por la redención de los personajes . Están inmersos siempre en una caída. Sin embargo,  mis tres novelas terminan de la misma forma: con el ascenso a un accidente geográfico, una montaña o una colina. Justamente eso: porque tienen que caminar hacia su redención”.

Cuenca Sandoval novela el tema de la copia y la locura en

Cuenca Sandoval novela el tema de la copia y la locura en

- Madrid

Tras la buena acogida de sus dos novelas anteriores, Mario Cuenca Sandoval, una de las voces más singulares y quien para algunos críticos es "el escritor del siglo XXI", vuelve con "Los hemisferios", un ambicioso artefacto literario con dos novelas en una en la que aborda la idea del doble y la copia.

Publicada por Seix Barral, "Los hemisferios" es un juego de espejos cargado de referencias culturales en torno al cine y la literatura, con propuestas sobre muchos temas e ideas sobre asuntos de actualidad, como los toros o el volcán islandés que en 2011 provocó con sus cenizas el caos aéreo.

Una narración hipnótica que busca e indaga con una prosa que vuela y que a Mario Cuenca Sandoval (Sabadell, 1975) le ha costado cuatro largos años de trabajo.

"El origen de la novela es el concepto del doble, de la copia, del doble de la reescritura en la que los protagonistas están atrapados en un círculo, en una espiral que les condena a amar a la misma mujer en sus diferentes mujeres y a perderla", explica el autor de "El ladrón de morfina".

Profesor de Filosofía en Córdoba, Cuenca Sandoval, además de narrador es poeta y en "Los hemisferios" utiliza la pérdida de una mujer en un accidente como un "bing bang" que se dispara en dos espejos deformantes, en dos mundos paralelos.

Una primera parte del libro está en el París de los 80, la Barcelona de la Transición e inspirada en "Vértigo" de Hitchcock, y una segunda con la inspiración visionaría de "Ordet" (La palabra) de Dreyer

"En la primera parte aparece en la novela Gabriel y está ’Vertigo’ como telón de fondo o guía para que el lector interprete los acontecimientos en la clave de aquella película que me interesa porque habla de la mujer perdida y del doble para recuperar también el mito de Pigmalión".

Y la segunda parte se habla del milagro de la resurrección de la mujer perdida.

 Otro de los temas centrales de la novela es la diferencia que hay entre la cultura de los siglos anteriores con la actual.

Entre lo que se consideraba en el Romanticismo el mal de Werter, en el siglo XIX, en contraste con el XX y el XXI, que es, en opinión de Sandoval, el siglo de la representación en el cine o la fotografía, "el de la representación de la multiplicidad en las copias", subraya.

"Y es que el mapa de la realidad representada está comenzando a ser mayor que la realidad. Lo que se consideraba el perfil del hombre culto del siglo XX y sus gustos sobre cine y literatura, en el siglo XXI están variando tanto, entre otras cosas por el trabajo de los medios de comunicación".

La locura es otro aspecto que se toca en "Los hemisferios" y Sandoval lo plantea desde el punto de vista de la creatividad, desde la diferencia que puede haber entre la obsesión y los mecanismos obsesivos del creador, del novelista o del director de cine.

"La pregunta está en saber dónde se encuentra la frontera entre lo sano y lo mórbido y comparar la enfermedad con una forma de ensimismamiento del creador, como si el enfermo viviera en una realidad privada que filtra todos los acontecimientos exteriores y que está representado por la figura de Gabriel, en la primera parte de la novela", precisa el autor de "Todos los miedos", libro que recibió el Premio Surcos de Poesía en 2005.

 

Por Carmen Sigüenza.

Un amor alucinado

Un amor alucinado

(Reseña de Los hemisferios en La Razón, Ángeles López)

Sandoval, como Menéndez Salmón, Rosa, Colomer, Giralt o Tizón, crean «devotos» por su intento de diseccionar cada emoción hasta rozar con el bisturí de su prosa la «partícula de dios» literaria. Por tanto, no entre en «Los hemisferios» quien espere una novela canónica; adéntrese, sólo, aquel que aguarde instantes oscuros y literatura de tumultuoso recorrido, pues se trata de páginas en carne viva tan turbadoras como elevadas. Una auténtica novela de ideas. Es éste un libro de paralelismos especulares entre dos «dimensiones»: La novela de Gabriel y la novela de María Levi. La historia común lleva el hilo conductor de Gabriel, aunque el segundo tramo está compartido por su amigo Hubert Mariet-Levi (trasunto de Marie Levi), en un claro homenaje al Orlando de Woolf, cuyo protagonista vive a través del tiempo y los sexos. Pero en modo alguno es la misma historia contada desde distintos ángulos sino que estamos ante un eterno retorno relatado por dos entidades que repiten sus roles en sendos espacios-tiempos, como si Cuenca Sandoval fuese un buceador literario de «agujeros negros narrativos».

Verano de juventud

Arranca con el relato de Gabriel durante un verano de juventud viajera junto a Hubert, como dos «flâneurs» embriagados de alcohol, droga y cine. Juntos tendrán un accidente de tráfico con resultado mortal para una mujer. Este hecho pondrá en marcha un ciclo demencial para en ambos, una obsesión por buscarla en este u otro confín espacio-temporal. Sus caminos se separan. Hubert se convertirá en el cineasta maldito Mariet-Levi que recuerda al mítico Sirgado del filme «Arrebato» y Gabriel alcanzará cierta fama literaria sin dejar de cargar con el denso peso de la culpa. La voz narrativa de la segunda parte es más compleja de centrar, más monótona y le sobra «metraje».

Fábula sin moraleja que gira en torno a la broma cósmica que supondría revivir los hechos en un eterno bucle sin capacidad de exoneración. Reencarnarse continuamente y perder, para siempre, a la mujer amada, a esa mítica Primera Mujer, sin llegar a salvarla ni poseerla nunca. Paginas alucinadas, vertiginosas y redentoras.

Los hemisferios. Entrevista en El Día de Córdoba

Cuenca Sandoval propone un juego de espejos narrativo en ’Los hemisferios’

 

El escritor publica en Seix Barral una ambiciosa obra que sale hoy a la venta en la que dos narraciones establecen relaciones y correspondencias entre sí, con gran influencia del cine. Alfredo Asensi. El Día de Córdoba

Una trama que se dispara en dos direcciones. Varios espacios y varios tiempos. Personajes que asumen roles idénticos pero identidades distintas. Los hemisferios es "un juego de espejos", una narración que Seix Barral define como "hipnótica" y "deslumbrante" y que hoy aterriza en las librerías. Es la tercera novela de Mario Cuenca Sandoval, que con Boxeo sobre hielo y El ladrón de morfina mostró unas credenciales que avalan su acceso a la primera división literaria de la mano de uno de los sellos más prestigiosos del país.

Un salto que, asume el escritor, "provoca cierto miedo y cierta responsabilidad", pero que representa la mejor recompensa para un trabajo en el que ha invertido cuatro años. "En realidad -explica-, Los hemisferios no es una novela sino dos", y supone "la voluntad de dar un puñetazo en la mesa con un proyecto ambicioso" que ahora tiene que pasar el examen de los lectores. Ha sido "un ejercicio de levantamiento de pesas" reflejado en 540 páginas.

"El título", añade Cuenca Sandoval, nacido en Sabadell en 1975 y cordobés de adopción, "puede resultar engañoso al sugerir dos mitades de una misma historia, cuando en realidad se trata de dos universos narrativos paralelos que se abren en torno a unos mismos personajes y unas mismas peripecias, como si la historia se encarnara en dos novelas distintas, con personajes que, aunque cumplen los mismos roles en ambas narraciones, pueden llamarse de manera distinta, tener profesiones distintas e incluso otro género. Son dos novelas gemelas o simétricas y el juego que se le propone al lector es que vaya reconociendo las relaciones y paralelismos que hay entre una y otra". Correspondencias que hicieron "terrible" el proceso de revisión y corrección de la obra, en el que había que evitar el más mínimo desajuste "para que todas las piezas encajaran".

La pérdida de una mujer deseada actúa como big bang en un universo que se despliega por el París de los 80, la Barcelona de la Transición y una isla nórdica, entre otros espacios de este juego de correspondencias en el que entre las pistas que se le ofrecen al lector para que lo recorra hay algunos objetos que conectan una parte con la otra. Las dos narraciones, por otra parte, proponen al receptor el reto "de que construya una tercera novela, una novela cero que estaría en la base de las otras dos".

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La pérdida de una mujer deseada actúa como big bang en un universo que se despliega por el París de los 80, la Barcelona de la Transición y una isla nórdica, entre otros espacios de este juego de correspondencias en el que entre las pistas que se le ofrecen al lector para que lo recorra hay algunos objetos que conectan una parte con la otra. Las dos narraciones, por otra parte, proponen al receptor el reto "de que construya una tercera novela, una novela cero que estaría en la base de las otras dos".

Cuenca Sandoval tuvo claro desde el principio el planteamiento conceptual del proyecto, pero nunca pensó "que se extendería tanto". Hay una versión que incluso supera las 600 páginas. "Al final el juego ha dado mucho de sí, tanto que el libro se volvió muy absorbente, integrando elementos de la actualidad" como la polémica de la abolición de los toros en Cataluña o la irrupción del volcán Eyjafjallajökull en Islandia.

Exigir del lector un rol activo, una implicación, es uno de los ejercicios que, como escritor, más interesan a Cuenca Sandoval: "La literatura comercial no suele exigir mucho, ni siquiera atención, puedes leer un best-seller mientras ves una película. En la literatura más ambiciosa sí se da este planteamiento, pero no se trata de una exigencia intelectual o filosófica, se le exige que vaya captando relaciones entre objetos, personajes, lugares, que su imaginación vaya confeccionando un tejido con todo esto".

Otra presencia determinante en Los hemisferios es el cine. Las referencias, explica el autor, "son innumerables", pero hay dos "fundamentales": en la primera parte, Vértigo de Alfred Hitchcock, a partir de la cual se le propone la trama al lector; y en la segunda, La Palabra (Ordet) de Dreyer, una película "relacionada con la posibilidad de un milagro". Cuando el proyecto ya estaba en marcha, el escritor se topó con la frase de Godard según la cual sólo dos directores han conseguido filmar un milagro: Dreyer y Hitchcock, la reencarnación, la recuperación de la mujer perdida.

Los hemisferios defiende la idea de que "toda historia es una reescritura". Cuenca Sandoval considera que "lo fundamental está contado, pero se puede contar mejor y de formas novedosas". Entre forma y fondo, dos conceptos que a veces son enfrentados "tontamente", lo más determinante "es la forma: un tipo gracioso nos cuenta un chiste malo y nos morimos de risa".

Cuenca Sandoval lamenta que "la industria del libro se esté deshinchando". El best-seller está en un mal momento y eso arrastra a todo lo demás "porque es el sustento de las editoriales: si otros escritores consiguen publicar es por el éxito de éstos". Hoy en día "los editores no están por el riesgo ni por descubrir nuevas voces o fomentar la innovación literaria: se aferran a los nombres consagrados y a la recuperación de clásicos; los noveles van a tener serias dificultades para dar el salto a su consagración".

En Los hemisferios ("un título que puede resultar opaco, pero es una opacidad que funciona a favor del libro") también se pueden rastrear numerosas influencias literarias, entre ellas "el Perec de Un hombre que duerme en la primera parte, con su descripción ensimismada de los objetos y los lugares", y "elementos de una tradición literaria más punk en la segunda, que es más excesiva: Foster Wallace, Palahniuk e incluso Houellebecq".

Los hemisferios. Lectura de Vicente Luis Mora

Los hemisferios. Lectura de Vicente Luis Mora

Copio esta entrada del blog de lecturas del crítico y escritor Vicente Luis Mora:

Mario Cuenca, Los hemisferios; Seix Barral, Barcelona, 2014.

 

El metal de su vida es como todos.

Y es igual aquél óxido,

y aquella rigidez en la mandíbula.

Si aún no se lo cree, haga la prueba.

Vuele al otro hemisferio.

 

Mario Cuenca, Todos los miedos (2005)

 

He leído que un filósofo llamado Petrón mantenía la opinión de que existían varios mundos tocándose los unos a los otros en figura triangular equilátera, en cuyo centro, según decía, se hallaba la morada de la Verdad, y allí habitaban las Palabras, las Ideas, los Ejemplos y representaciones de todas las cosas pasadas y futuras, rodeadas por el Siglo. Y en ciertos años, con largos intervalos, parte de ellas caían sobre los humanos como catarros y como cayó el rocío sobre el vellón de Gedeón; otra parte quedaba allí en reserva para el porvenir, hasta la consumación de los tiempos.

 

François Rabelais, Gargantúa y Pantagruel

 

 

Lo que sigue no es una “reseña” de Los hemisferios. Prefiero hablar de la novela en diversos lugares, atendiendo a aspectos concretos de la misma; además, si usted ha llegado hasta aquí es porque busca un acercamiento a la novela, algunas pistas que le orienten respecto a qué puede encontrar en ella. Prefiero hacer esto último, pues nos referimos de una novela tan densa y variada que su exégesis global invita más al artículo de corte académico que a una recensión breve, que amputaría la mayoría de sus aspectos narrativos, filosóficos o psicológicos.

 

Los hemisferios es una novela baudelaireana, de correspondencias simbólicas y míticas entre sus dos partes, tituladas “La novela de Gabriel” y “La novela de María Levi”, que tienen algunas diferencias estilísticas –si bien no tantas como sugiere la contraportada–. La historia global o común de la obra cuenta de dos formas diferentes los similares acontecimientos y ansias que sacuden a dos arquetipos. El primero es representado por Gabriel en ambas novelas; el segundo está compartido por los tuertos Hubert Mairet-Levi en la primera y su claro trasunto Marie Levi en la segunda (lo que pudiera ser un guiño al Orlando de Virginia Woolf, que también vive a través de los tiempos con sexos diferentes). En consecuencia, es necesario enfatizar que no se trata de la misma historia contada por dos personajes (lo que remitiría a otros modelos como Durrell o Faulkner), sino dos arquetipos repitiendo papeles en dos historias distintas, que tienen “lugar” en dos espacio-tiempos distintos, conectados en algunos puntos (vgr., p. 45: “un colapso del presente y el pasado (…) el zumbido de la realidad saliéndose de su goznes”). Como en algunas teorías astrofísicas, Cuenca utiliza la hipótesis de dos mundos paralelos que se tocan en algunos “agujeros de gusano” narrativos, lo que nos remite a ciertos relatos de Borges u otras obras de literatura fantástica o de ciencia-ficción (The Legion of Time, de Jack Williamson; Eye in the Sky o Valis, de Philip K. Dick, o El mundo en la era de Varick, de Andrés Ibáñez), por no citar a la serie Fringe, cuyas últimas temporadas semejan en parte la construcción de Los hemisferios. En algún momento el autor parece indicar esta posibilidad de mundos paralelos: “O tal vez esté en ambos lugares a la vez, en una bilocación. Tal vez esté en dos tiempos que aspiran a ser un mismo tiempo y que a veces, cuando se rozan, escupen esquirlas de metal incandescente” (p. 111, véase también 130 y 192). Algunos detalles, como un cuadro basado en la Sagrada familia de Gaudí, son claves para entender la comunicación entre ambos espacio-tiempos.

 

Mientras que el narrador de la primera parte es Gabriel, un escritor que cuenta sus experiencias tras conocer a una mujer de corte mítico, la narradora de la segunda novela es más difícil de describir. Quizá se da una pista en la primera parte, cuando en la página 111 se habla de “una proyección de su propia culpa, su materia doliente derramada desde un proyector de la conciencia”. Marie parece estar instalada en una especie de limbo (puede ser la muerte, la inconsciencia del coma o simplemente otra dimensión posthumana donde la vida sólo tiene lugar como manifestación de la conciencia post-corporal; me inclino por esta última posibilidad). El problema es que Los hemisferios parece aquejada de lo que Ricardo Menéndez Salmón describía como “mal de los constructores” en uno de los relatos de Gritar (Lengua de Trapo, 2007): las deficiencias que procura la búsqueda de la perfección a cualquier precio, que puede derivar en malformaciones indeseadas e insospechadas. En este sentido, da la impresión de que la segunda novela ha sido “estirada” sólo para coincidir en número de páginas y número de capítulos con la primera. Mientras que “La novela de Gabriel” está perfectamente compensada y construida, manteniendo un altísimo interés y enorme calidad a lo largo de 270 páginas, “La novela de María Levi” se levanta sobre una estructura muy monótona, alternando escenas del presente y el pasado por turnos, y su contenido es a veces sobrante y repetitivo, alargando multitud de escenas que no siempre añaden algo sustantivo, por lo que a ratos se nutre de relleno especular. La lectura se hace pesada en esta segunda parte, a lo que se suma cierta sensación de déjà-vu respecto a personajes e historia. En mi discutible y personal juicio, “La novela de Marie Levi”, que tiene una narradora formidable desde el punto de vista constructivo, hubiese funcionado igual o mejor con la mitad de capítulos y páginas.

 

En otros lugares desarrollaremos otras cuestiones que abre la novela, entre ellos: los aspectos míticos de los personajes; su posible adecuación al marco narrativo conceptual de Le récit spéculaire (1977) de Lucien Dällenbach; el uso de estructuras abismáticas a partir de espacios “concéntricos” (p. 54), que se transmutarían en otros tantos niveles estructurales: la narrativa de las películas filmadas por los personajes, la narrativa de los acontecimientos de cada una de las novelas y el “Supremo Montaje” que englobaría ambas. También podría abordarse su composición fragmentaria, que la une a Boxeo sobre hielo (2007), la primera novela de Cuenca; la excesiva dependencia de la historia respecto de modelos anteriores, como el Vértigo de Hitchcock, y su vínculo con otras remediaciones contemporáneas; la sugerente definición de los personajes como revenants, que tiene en francés dos significados: “fantasma”, o aparecido, y “resucitado” o reaparecido, y las posibles reminiscencias de Solaris en la obra. O la posible adscripción estética a lo que José Luis Molinuevo ha denominado tecnorromanticismo, ya que la novela de Cuenca es decididamente postromántica: personajes desgarrados, movidos por un destino del que no pueden escapar; ligazón esteticista de amor y muerte; solipsismo; adecuación de la naturaleza al estado de ánimo de los personajes (p. 434); dobles y sujetos divididos; sublimes geográficos; construcción como “espiral de espirales” según la expresión de Schlegel[1]; existencia de fuerzas y conexiones ocultas entre todas las cosas, etcétera. Incluso hay menciones literales: “ella interpreta un personaje escapado de una novela romántica (…) una versión punk de las mujeres que podría haber adorado Novalis, o Byron” (p. 117), describiendo después sin citarla la característica estampa del Caminante sobre el mar de nubes (David Caspar Friedrich, 1818).

 

 

http://4.bp.blogspot.com/-kBhqATN0OCU/UtAL831coBI/AAAAAAAABE0/AZK1bwZS1AQ/s1600/%E2%80%9CThe+Wanderer+Over+The+Sea+Of+Fog,%E2%80%9D+Casper+David+Friedrich.jpg

Las diez novelas españolas más esperadas del 2014

Las diez novelas españolas más esperadas del 2014

(Artículo de Milo J. Krmpotic’ para Blisstopic.)

 

2014 comienza fuerte

Diez novelas españolas que esperamos ansiosamente

No son todos los nombres que protagonizarán el primer trimestre (ahí estarán también Ray Loriga, Juan José Millas, e incluso parece que Javier Marías asoma la patita en torno a tal horizonte), pero sí componen un fresco la mar de atractivo y variado a la hora de tomarle el pulso a nuestra literatura. Por ser dueños de una personalidad muy definida, sin duda generarán discrepancia y provocarán alguna que otra polémica, pero les garantizamos que todos tienen mucho que ofrecer. Sin más dilación, por riguroso orden alfabético, he aquí la primera gran cosecha del año. Por Milo J. Krmpotic’

 

El próximo 14 de enero...

El próximo 14 de enero...

... podréis encontrarlo en vuestra librería. En la web del Grupo Planeta puede descargarse un avance del libro.

Feliz año y felices lecturas.

Literatura comparada (ii)

Literatura comparada (ii)

"Llegará un día en que cada centímetro del planeta habrá sido fotografiado o filmado. El mundo, su física más inmediata, la del paisaje, habrá quedado completamente expuesto. Lo que su desnudez revelará es un enigma. La exposición impúdica de un cuerpo, incluso de uno tan enorme como la Tierra, acaso implique su pérdida de sentido." (Ricardo Menéndez Salmón, Medusa, Seix Barral, Barcelona, 2012, p. 73)


"Observa cómo los turistas fotografían la urbe desde todos los ángulos con sus teléfonos y se pregunta si esa invasión de la realidad, acometida desde todas las perspectivas y desde todos los rincones del mundo, no terminará por agotar su capital de belleza, si la superposición de tantas ópticas no sepultará el valor de cuanto puede ser fotografiado, y si nada merecerá ser fotografiado en el futuro, si la hiperrepresentación del mundo no conducirá por fuerza al nihilismo y a la conciencia de que todo vale exactamente nada." (Mario Cuenca Sandoval, Los hemisferios, Seix Barral, Barcelona, en prensa)

Si andáis por Córdoba...

Talleres de escritura para adultos; temporada 2013-14

talleres-escrituraABIERTO el plazo de inscripción

Desde el lunes 30 de septiembre de 2013

en Bibliotecas Central y Arrabal del Sur.

Los talleres de escritura están planteados como una forma de profundizar en el texto literario, para conocer cómo se selecciona un tema, cómo se construye un personaje, las técnicas de narración, la elaboración de los diálogos y, en general, los "trucos" que utilizan los autores para que las narraciones funcionen.

El taller resultará de utilidad para todos aquellos que quieran iniciarse en el mundo de la escritura, pero tambien para quienes deseen disfrutar más intensamente del placer de la lectura, gracias a un mejor conocimiento del artificio literario.

Estos talleres de escritura van dirigido a personas adultas y a jóvenes por encima de los 12 años (ver detalles más abajo). Lla participación requiere previa inscripción, para lo cual es necesario dirigirse a las bibliotecas dónde se imparten, que son la Biblioteca Central y la Biblioteca Arrabal del Sur.

Dutante esta temporada 2013-2014 habrá tres grupo: los dos de adultos relacionados más abajo, y otro dirigido a jóvenes (+ de 12 años)

 

Más información: http://biblioteca.ayuncordoba.es/index.php/talleres-escritura.html

Literatura comparada

Literatura comparada

 

“—A lo largo de la vida hay que estar alerta a las señales. 

—¿Qué señales? —Las que nos rodean. No podemos vivir creyendo que todo es azar. Tenemos que encontrar la idea de un orden, de un destino; si no, estamos perdidos. Las novelas policiales nos ponen alerta sobre esas señales, nos dicen que abramos los ojos.

—Las novelas policiales no tienen nada que ver con lo que usted está diciendo. Sólo hay crímenes y detectives y mansiones y mayordomos, o crímenes y detectives y callejones y mujeres bellas y terribles.

—Hay más. En las novelas policiales todo es conspiración, conjura, secreto. Todas las cosas terminan por encajar, por tener un sentido. ¿No ha visto cómo, dispersos por ahí, hay objetos perdidos, un paraguas roto, un zapato sin cordones, la carta de una mujer, una cajita de fósforos? Pero al final esos objetos que parecían ser parte del azar se convierten en señales del destino. Así, siempre que leemos, vemos cómo todo se completa, nos permitimos soñar con la unidad perdida y reencontrada. Las novelas policiales simulan ser racionalistas, pero son lo único que nos queda de la mística.”

(Pablo de Santis, Los anticuarios, Destino, 2011)

 

 

“Toda investigación es una forma de delirio. Todas las novelas negras son un delirio. Todas las novelas sobre conspiraciones son un delirio. Todo ejercicio de atar cabos es un delirio, una prueba de la naturaleza delirante de la especie humana, de su necesidad de tejer explicaciones complejas a partir de una colección incompleta de informaciones. Pues, aunque lograra casar todos los indicios, todas las pistas, todas las señales lingüísticas y corporales de tal modo que conformaran un relato coherente, eso no garantizaría que su percepción de las cosas fuera fidedigna. Se repite a sí mismo que debería rehuir esa tentación, dejar de explorar el sentido oculto de todo, sortear la impresión permanente de que hay algo detrás de las cosas, mirándonos. Las cosas son el único sentido oculto de las cosas, leyó hace tiempo en Pessoa, y la cita acude en su auxilio justo ahora. Qué sería de él sin el auxilio de tales máximas, memorizadas desde la época de estudiante. Con qué apuntalaría los pensamientos con los que trata de apaciguarse cuando su inteligencia se dispara en todas direcciones.”

(Mario Cuenca Sandoval, Los hemisferios, Seix Barral, en prensa) 

Diez recetas para convertirse en un escritor del moderneo

Diez recetas para convertirse en un escritor del moderneo



1- No escoja los nombres de sus personajes por su sonoridad, sino porque remitan a otros personajes de los grandes renovadores de la novela del siglo XX. Llámelos Humbert No Se Qué, Funes el perezoso, o No sé Cuántos Bloom, y así contentará a los filólogos.

2- Irremediablemente, el protagonista deberá ser novelista o poeta. Si escoge a un médico o un fontanero no podrá exhibir usted su musculatura intelectual. Un profesor universitario puede servir a nuestros intereses, depende de la especialidad. Pero los lectores no perdonarán a un albañil hablando del funcionalismo de Parsons o de la hermenéutica nihilista de Vattimo.

3- Además del protagonista, invente a un personaje en la sombra cuyo desempeño resulte fundamental para la trama, dótelo de atributos y propiedades personales y, a tres cuartos del desenlace de la novela, revele que tal personaje en realidad no existe, a lo Kaiser Soze.

4- No se preocupe si sus personajes carecen de entidad psicológica, ya sabe: motivaciones, creencias personales, emociones verosímiles. La crisis del sujeto contemporáneo nos ha liberado de semejante responsabilidad.

5- Si lo desea, puede aparecer usted mismo en la narración, o cualquier otro escritor con el que haya entablado amistad previamente. Cada vez que abra la puerta entre ficción y realidad ganará una referencia en un artículo crítico. Cuando sume muchas referencias, y con un poco de fortuna, lo invitarán a usted a algún congreso.

6- Investigue la distancia exacta entre el palimpsesto y el plagio. Incluso desde el punto de vista judicial. Cuidado con las viudas de escritores célebres.

7- La acción se desarrollará en los EE.UU. Repito: la acción se desarrollará en los Estados Unidos, ni en Almendralejo ni en Zaragoza, salvo que sea usted Manuel Vilas. Vilas sabe hacerlo, pero usted no.

8- Presente las escenas de cama como paradigmas teóricos. Hable de sexo post-estructuralista, sexo funcionalista, deconstrucción sexual, herméutica sexual de inspiración gadameriana, etc. Los estudiantes de Teoría de la Literatura sentirán que sus esfuerzos no han sido en vano.

9- Administre su friquismo en dosis adecuadas, con peleas de catana, episodios vampíricos, telequinesia, etc. Por dosis adecuada se entiende aquella que no abochornaría ni siquiera a un filósofo postmoderno.

10- Puede reciclar materiales procedentes de proyectos abandonados: cuentos inconclusos, ensayos y poemas. Tritútelos y ordénelos de tal modo que el lector pueda sospechar alguna relación entre ellos. Llame a eso fragmentarismo u ontología fragmentaria.

Si andáis por Córdoba...

Si andáis por Córdoba...

El domingo 21 a las 13:00 recibiremos al gran Manuel Vilas en el Bulevar de las Letras y conversaremos con él sobre su última novela, El luminoso regalo, publicada por Alfaguara. Podéis leer las primeras páginas aquí. Y aquí encontraréis la programación completa de la Feria.

Entrevista capotiana

Entrevista capotiana

Una iniciativa muy interesante del blog de Toni Montesinos.

En 1972, el escritor estadounidense Truman Capote (1924-1984) publicó un original texto que venía a ser la autobiografía que nunca escribió. Lo tituló «Autorretrato» (en Los perros ladran, Anagrama 1999), y en él el autor de A sangre fría se entrevistaba a sí mismo con especial astucia y brillantez. Aquellas preguntas que sirvieron para proclamar sus frustraciones, deseos y costumbres, ahora, extraídas en su mayor parte, forman la siguiente «entrevista capotiana», con la que conoceremos la otra cara, la de la vida, de Mario Cuenca Sandoval.


Si tuviera que vivir en un solo lugar, sin poder salir jamás de él, ¿cuál elegiría?
Estoy tentado de decir que en casa, con mi familia, con mis libros. Pero, como se trata de un experimento mental, escogeré uno de esos palazzi venecianos, el más decadente.

 

¿Prefiere los animales a la gente?

No, en absoluto. Y no entiendo a quienes responden sí a esta pregunta.

 

¿Es usted cruel?
Sobre todo conmigo mismo. Me juzgo de una forma muy severa. Pero creo que eso, al menos en algunos tramos del proceso creativo, resulta bastante útil.

 

¿Tiene muchos amigos?
No muchos. Las amistades hay que cuidarlas. Y yo he elegido una forma de vida demasiado solipsista. Y además mis mejores amigos están lejos, por azares de la vida. Circunstancia a la que se añade mi incapacidad para mantener conversaciones fluidas por teléfono. Una manía como otra cualquiera.

 

¿Qué cualidades busca en sus amigos?

No los someto a ninguna selección. Confío en la empatía.

 

¿Suelen decepcionarle sus amigos?
No. Intento evitar sentimientos de ese tipo. Esperar mucho de los demás no es que sea imprudente, es que es injusto con ellos.

 

¿Es usted una persona sincera?

Soy sincero, pero también bastante hermético. Y no hay contradicción entre ambas cosas.

 

¿Cómo prefiere ocupar su tiempo libre?

Con tópicos burgueses. Lectura y cine, sobre todo. Me gustaría poder viajar más de lo que lo hago -otro tópico-.

 

¿Qué le da más miedo?

La enfermedad. Y la muerte, sin duda. Y no hablo solo de la mía. Ni siquiera la mía en primer lugar. Seguramente la de mis hijas en primer lugar, por encima de todas las muertes posibles.

 

¿Qué le escandaliza, si es que hay algo que le escandalice?
Me escandaliza la impunidad de algunos genocidas, por ejemplo.

 

Si no hubiera decidido ser escritor, llevar una vida creativa, ¿qué habría hecho?

No lo sé, e incluso me da miedo pensarlo. Le ruego que no me obligue a pensarlo. Me aterra.

 

¿Practica algún tipo de ejercicio físico?
Francamente, no. Salta a la vista. Salvo que mi paseo matutino se incluya en esa categoría.

 

¿Sabe cocinar?

Un poco. Cocina de supervivencia, nada muy elaborado. Arroces, pasta, sopas, guisos... La cocina requiere de una intuición de la que yo carezco, así que no puedo ir más allá de recetas muy simples.

 

Si el Reader’s Digest le encargara escribir uno de esos artículos sobre «un personaje inolvidable», ¿a quién elegiría?

Escogería a Ernest Shakelton, o a Mallory, o a Amundsen y Scott, a alguno de los grandes aventureros del siglo pasado.

 

¿Cuál es, en cualquier idioma, la palabra más llena de esperanza?

Pan. Es muy sencilla y humana. Y creo que en muchas partes del mundo suena aún más esperanzadora. Además remite a algo más abstracto; me gusta la definición del ser humano que ofreció Hesíodo -“animal que come pan”- porque recoge hacia sí la inventiva de nuestra especie.

 

¿Y la más peligrosa?
Verdad.

 

¿Alguna vez ha querido matar a alguien?

No, en serio. O al menos no por razones morales. Por razones estéticas, sí. Musicales, sobre todo. Soy muy intolerante en cuestiones musicales.

 

¿Cuáles son sus tendencias políticas?
Soy un hombre de izquierdas que todavía no ha encontrado la sección o el departamento en el que debería ubicarse, porque suelo discutir con los ocupantes de todos.

 

Si pudiera ser otra cosa, ¿qué le gustaría ser?

Supongo que, si pudiera ser otra cosa, me daría igual. Las demás me resultan intercambiables.

 

¿Cuáles son sus vicios principales?
La exigencia. La practico sobre todo conmigo mismo.

 

¿Y sus virtudes?
La exigencia. La practico sobre todo conmigo mismo.

 

Imagine que se está ahogando. ¿Qué imágenes, dentro del esquema clásico, le pasarían por la cabeza?

La primera vez que vi una pantalla de cine. Una cena en una terraza del Quai de Montebello en que nos calló una tromba de agua y los turistas nos arremolinamos a las puertas del restaurante. Algunas mañanas con mis hijas. La nieve de mi niñez. Esas cosas.

T. M